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Full text of "Neologismos y americanismos"

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Palma,  Ricardo 

Neologismos  y  americanismos 


RICARDO  PALMA 


IMISI I  ilil 


LIMA 
IMPRENTA  Y  LIBRERÍA  DE  CARLOS  PRINCE 

Calle  de  la  Veracruz,  71,  73  y  75 


X896 


PC 


IIOGIIOS  1  ÁiBJmSiS 


ANTECEDENTES  Y  CONSIGUIENTES 


I 


Generalizada  creencia  es,  en  América,  la  de  que 
España  no  nos  perdona  el  que  hayamos  puesto  casa 
aparte,  desprendiéndonos  de  su  maternal  regazo. 
Viene  de  aquí  el  que,  en  la  crecida  colonia  de  ame- 
ricanos viajeros  que  regresa  á  nuestro  continente, 
no  llegue  á  un  diez  por  ciento  el  numero  de  los  que 
se  decidieron  á  dar  un  paseo  por  España,  después 
de  haber  visitado  París,  Londres,  Berlín,  Viena  y 
las  principales  ciudades  de  Italia.  Hay  Exposición 
en  alguna  de  esas  grandes  capitales,  y  todo  latino- 
americano que  dispone  de  recursos  emprende  viaje. 
Pero  se  trató  de  una  Exposición  en  Madrid,  para 
celebrar  el  cuarto  centenario  del  descubrimiento  de 
América;  y  á  pesar  del  motivo,  que  de  suyo  era  albo- 
rotador, y  de  la  buena  voluntad  de  los  gobiernos  re- 
publicanos, que  se  apresuraron  á  responder  á  la  invi- 
tación oficial  nombrando  delegados  que  los  repre- 
sentasen, apenas  si,  de  Octubre  á  Diciembre,  pudi- 
mos contarnos  en  Madrid  trescientos  americanos,  de 
los  que  la  mitad,  por  lo  menos,  investía  carácter  di- 
plomático ó  el  de  delegados.  ¿Cómo  esplicar  esta 
frialdad  nuestra,  tratándose  de  la  nación  á  la  que 
tantos  vínculos   debieran  ligarnos,  pues,  poca  ó  mu- 


cha,  todos  traemos  en  las  venas  sangre  española,  yes- 
pañoles  son  nuestros  apellidos,  y  española  la  lengua 
en  que  nos  expresamos,  y  heredadas  de  España 
nuestras  creencias  religiosas,  nuestras  costumbres, 
nuestras  virtudes  y  nuestras  flaquezas?  En  España 
deberíamos  los  americanos  encontrarnos  como  en 
nuestra  casa  solariega,  casi  como  en  el  propio  hogar. 

La  principal  causa  del  indiferentismo  ó  alejamien- 
to nuestro  se  debe  á  la  errada  política  del  gobierno 
peninsular,  que  tardó  muchos  años  en  convencerse 
de  que  América  estaba  definitivamente  perdida  para 
España.  Si,  después  de  Ayacucho,  los  hombres  de  la 
política  se  hubieran  dicho  lo  que  el  vulgo  —lo  perdi- 
do, perdido,  y  ojo  al  ganar —  no  retardando  el  reco- 
nocimiento de  las  repúblicas  independientes,  ni  el 
comercio  inglés,  ni  el  comercio  francés,  se  habrían 
adueñado  por  completo  de  los  mercados  americanos. 
Por  lo  menos,  habría  conseguido  España  que  no  ad- 
quiriésemos el  perverso  gusto  de  envenenarnos  con- 
sumiendo los  malos  vinos  franceses,  ya  que  la  pe- 
nínsula es  productora  de  los  mejores  del  mundo^. 
Mercantilmente,  no  era  el  provecho  para  desdeñado. 

Pero  España  dejó  correr  casi  un  cuarto  de  siglo 
sin  amainar  en  sus  pretensiones  de  soberanía  sobre 
un  mundo  que  se  le  había  escapado  de  entre  las  ma- 
nos, no  sin  revelar,  de  vez  en  cuando,  hostilidad  de 
propósitos,  como  los  que  encarnaban  la  expedición 
floreana,  la  intervención  en  México,  y  la  aventura 
de  las  islas  de  Chincha. 

El  reconocimiento  de  la  independencia  se  impuso 
á  España  por  la  fuerza  del  hecho  consumado,  por  la 
impotencia  material  para  emprender  la  reconquista, 
y  hasta  como  conveniencia. 

A  estos  errores  de  política  se  debe  el  que  España 
no  ocupe  hoy,  en  nuestros  afectos,  el  lugar  preferen- 
te. Los  que  venimos  á  la  vida  en  los  albores  de  la 
República,  oíamos  á  nuestros  padres  relatar   los  he- 


chos  de  la  gran  epopeya;  y,  en  sus  relatos,  apesar  de 
la  pasión,  había  mucho  de  cariño  para  aquellos  á 
quienes  lealmente  vencieron  en  Junín  y  Ayacucho. 
Nos  llegó  el  turno  de  reemplazar  á  nuestros  mayo- 
res en  el  escenario  social,  y  la  juventud  á  que  yo 
pertenecí  fué  altamente  hispanófila.  El  nombre  de 
España,  aunque  no  siempre  para  ensalzarlo,  estaba 
constantemente  en  nuestros  labios;  y  en  las  repre- 
sentaciones del  Pelayo  aplaudíamos  con  delirio  los 
versos  del  gran  Quintana,  como  si  fuesen  nuestros  el 
protagonista  y  el  poeta,  y  nuestra  la  patria  en  que  se 
desarrolla  la  tragedia.  La  vida  colonial  estaba  toda- 
vía demasiado  cerca  de  nosotros,  y  sólo  el  correr 
del  [tiempo  conseguiría  destruir  la  influencia  y  el 
prestigio  que  sobre  el  espíritu  ejerce  la  tradición. 
Yo  alcancé  días  en  los  que,  á  los  republicanos  nue- 
vos, no  chocaba  oír  en  la  calle  este  saludo.— Adiós^ 
señor  marqués — Abur,  señor  conde. 

La  generación  llamada  á  reemplazarnos  no  abriga 
amor  ni  odio  por  España:  la  es  indiferente.  Apenas 
si  ha  leído  á  Cervantes.  Su  nutrición  intelectual  la 
busca  en  lecturas  francesas  y  alemanas.  Díganlo  los 
modernistas,  decadentes,  parnasianos  y  demás  afilia- 
dos en  las  nuevas  escuelas  lilerarias. 

Los  americanos  de  la  generación  que  se  va,  vivía- 
mos (principalmente  los  de  las  repúblicas  de  Co- 
lombia, Centro-América  y  el  Perú)  enamorados  de 
la  lengua  de  Castilla.  Eramos  más  papistas  que  el 
Papa,  si  cabe  en  cuestión  de  idioma  la  frase.  Los 
trabajos  más  serios  que  sobre  la  lengua  se  han  es- 
crito en  nuestro  siglo,  son  fruto  de  plumas  america- 
nas. Baste  nombrar  á  Bello,  Irisarri,  Baralt^  los 
Cuervo  y,  como  estilista,  á  Juan  Montalvo. 

El  lazo  más  fuerte,  el  único  quizá  que  hoy  por 
hoy,  nos  une  con  España,  es  el  del  idioma.  Y  sin 
embargo,  es  España  la  que  se  empeña  en  romperlo, 
hasta  hiriendo  susceptibilidades  de  nacionalismo.    Si 


los  mexicanos  (y  no  mejicanos  como  impone  la 
Academia)  escriben  México  y  no  Méjico,  ellos,  los 
dueños  de  la  palabra  ¿qué  explicación  benévola  ad- 
mite la  negativa  oficial  ó  académica  para  consignar 
en  el  Léxico  voz  sancionada  por  los  nueve  ó  diez 
millones  de  habitantes  que  esa  república  tiene?  La 
Academia  admite  provincialismos  de  Badajoz,  Al- 
bacete, Zamora,  Teruel,  etc., etc.,  voces  usadas  sólo 
por  trescientos  ó  cuatrocientos  mil  peninsulares,  yes 
intransigente  con  neologismos  y  americanismos  acep- 
tados por  más  de  cincuenta  millones  de  seres  que,  en 
el  mundo  nuevo,  nos  espresamos  en  castellano. 

«  Trivial  argumento  es  (dice  Alberto  Liptay  en 
«  su  entretenido  libro  La  Lengua  Católica)  el  de 
«  que  los  americanos  no  tenemos  por  qué  afanarnos 
«  por  el  progreso  de  un  lenguaje  que,  originalmen- 
«  te,  no  nos  pertenece,  como  si  la  lengua  no  fuera 
«  tanto  de  los  hijos  como  de  los  padres.  Si  los  pa- 
ce dres  no  fuesen,  á  veces,  aventajados  por  los  hijos, 
«  toda  posibilidad  de  progreso  sería  ilusoria.  Hay 
«  tarnbién  que  tener  presente  que  los  americanos 
«  casi  triplicamos  en  número  á  los  peninsulares, 
«  y  que  no  son  siempre  las  minorías  las  llamadas  á 
«  imponer  la  ley.  » 

Acaso  tuvo  razón  el  ilustre  argentino  don  Juan 
María  Gutiérrez,  escritor  tan  culto  y  castizo  como 
sus  contemporáneos  Bello  y  Pardo,  cuando  nombra- 
do, casi  á  la  vez  que  estos,  académico  correspondien- 
te, renunció  á  tal  honra  porque,  en  su  concepto,  mal 
se  aveníala  independencia  política  con  la  subordina- 
ción á  España  en  materia  de  lenguaje. 

II 

España  nos  trajo  al  Perú  las  locuciones  (siempre 
en  plural)  imperio  de  los  incas,  patria  de  los  incas, 
ciudad  de  losincas,  etc.,  etc.,  y  en   la   necesidad  de 


•  —  7  — 

crear  un  adjetivo,  preciso  para  nosotros,  creamos  los 
adjetivos  incásico  é  incaico.  El  primero  lo  emplea- 
mos en  la  acepción  de  lo  que,  en  general,  se  refiere 
á  los  antiguos  soberanos;  y  el  segundo,  al  tratar  de 
determinado  inca.  Así  llamamos  al  Cuzco  La  ciudad 
de  los  incas,  porque  fué  la  residencia  oficial  de  ellos; 
y  á  Cajamarca  la  ciudad  del  inca,  porque  en  ella, 
ciudad  hasta  entonces  de  segundo  orden  en  la  mo- 
narquía, se  desarrolló  el  episodio  más  trascendental 
de  la  conquista  con  la  prisión  y  muerte  de  un  rey. 
Filológicamente  está  bien  estudiada  la  formación  de 
ambos  adjetivos,  y  al  aceptarlos  habría  procedido  la 
Academia  con  acierto,  no  sólo  lingüístico  sino  polí- 
tico. Y  que  tales  adjetivos  eran  imprescindibles  en 
el  lenguaje  lo  comprueba  el  que  los  eminentes  es- 
critores españoles  don  Marcos  Jiménez  de  la  Espa- 
da y  don  Justo  Zaragoza,  que  en  asuntos  historiales 
de  América  se  ocupan,  crearon  las  voces  inqueño  é 
incano,  nunca  empleadas  en  el  Perú. 

La  autoridad  indiscutible  é  inapelable  en  la  cues- 
tión era  la  del  uso  generalizado  en  América,  y  esta 
autoridad  imponía  la  aceptación  de  incásico  é  ificáico, 
voces  ambas  de  correcta  formación,  esencialmente 
la  primera.  La  Real  Academia,  en  la  que  ninguno 
de  sus  miembros  ha  visitado  el  Perú,  decidió  que  sólo 
era  admisible  el  adjetivo  incaico,  lo  que  implicaba 
una  decisión  caprichosamente  autoritaria,  que  nos  ha 
hecho  sonreír  á  los  peruanos  como  cuando,  en  la  úl- 
tima edición  del  Diccionario,  vimos  consignado  el 
peruanismo  cachaspari,  en  vez  de  cacharpari,  y  sora, 
en  lugar  At  jora,  resultando  dos  hijos  desconocidos 
para  sus  legítimos  padres.  Ser  académico  no  es  ser 
infalible  ni  omnisciente. 

Pero  en  el  seno  mismo  de  la  Academia  ha  encon- 
trado el  adjetivo  incaico  un  rebelde  en  don  Marceli- 
no Menéndez  y  Pelayo  que,  en  el  tomo  tercero  de  la 
dntolo^ia^  publigadg  un  afio  después  de  la  autográ' 


—  8  — 

tica  decisión,  escribe  incásico,  en  la  pajina  163  del 
prólogo.  Lástima  que  don  Marcelino  hubiera  empe- 
ñosamente combatido  la  admisión  de  los  verbos  dic- 
taminar y  clausurar,  en  homenaje  á  la  intransigen- 
cia de  su  españolismo! 

«  La  ley  de  las  mayorías  ó  sea  el  criterio  democrá- 
«  tico  (dice  don  Nicanor  Bolet  Peraza)  debe  domi- 
«  nar  también  en  la  república  de  las  letras.  La  sobe- 
í(  ranía  de  un  idioma  no  reside  sino  en  la  totalidad 
«  misma  de  los  que  se  sirven  de  él  como  de  lengua 
«  propia.  Las  Academias  equivalen  á  los  Congresos, 
«  y  deben  dictar  sus  constituciones  y  leyes  (digo  sus 
í(  diccionarios  y  gramáticas)  teniendo  en  cuenta  las 
«  costumbres  del  pueblo,  el  natural  espíritu  de  pro- 
«  greso,  y  sobre  todo  el  uso  general.  De  lo  contrario, 
«  las  Academias  hablarán  un  idioma  y  el  pueblo 
«  otro,  viniendo  á  parar  todo  en  el  triunfo  delasma- 
«  yorías  habladoras.  » 

La  Academia,  con  su  procedimiento,  ha  justifica- 
do á  Zahonero  que,  en  el  Congreso    Literario,  dijo: 

((  Tengamos  en  cuenta  que  el  pueblo  americano 
«  se  ocupa  de  nosotros,  pero  que,  desgraciadamente, 
«  nosotros  no  nos  ocupamos  de  él;  que  no  noscono- 
«  cemos,  y  es  necesario  que  nos  conozcamos.  » 

III 

Las  fiestas  del  Centenario  colombino  han  dado  el 
tristísimo  fruto  de  entibiar  relaciones.  Los  america- 
nos hicimos  todo  lo  posible,  en  la  esfera  de  la  cor- 
dialidad, porque  España,  si  no  se  unificaba  con  nos- 
otros en  lenguaje,  por  lo  menos  nos  considerara 
como  á  los  habitantes  de  Badajoz  ó  de  Teruel,  cuyos 
neologismos  hallaron  cabida  en  el  Léxico.  Ya  que 
otros  vínculos  no  nos  unen,  robustezcamos  los  del 
lenguaje.  A  eso,  y  nada  más  aspirábamos  los  hispa- 
nófilos del  nuevo  mundo;  pero  el  rechazo  sistemátit 


-9- 

co  de  las  palabras  que,  doctos  é  indoctos,  usamos  en 
América,  palabras  que,  en  su  mayor  parte,  se  encuen- 
tran en  nuestro  cuerpo  de  leyes,  implicaba  desairoso 
reproche. 

— ¿No  encuentran  ustedes  de  correcta  formación 
los  verbos  dictaminar  y  clausurar?  —  pregunté  una 
noche.—  Sí,  me  contestó  un  académico;  pero  esos 
verbos  no  los  usamos,  en  España,  los  dieziocho  mi- 
llones de  españoles  que  poblamos  la  península:  no 
nos  hacen  falta. — Es  decir  que,  para  mi  amigo  el 
académico,  más  de  cincuenta  millones  de  america- 
nos nada  pesamos  en  la  balanza  del  idioma.  Bien 
pude  contestarle  con  estas  palabras  de  Zahonero,  en 
el  Congreso  Literario: 

«  Parece  que  la  lengua  castellana,  en  doncellez,  es 
«  una  virgen  cuya  virtud  estamos  obligados  todos  á 
a  guardar;  virtud  fría,  virtud  que  resulta  por  nega- 
«  ción,  virtud  de  solterona.  No,  mil  veces  no.  Las 
«  lenguas  no  son  vírgenes:  son  madres,  y  madres  fe- 
«  cundas  que  siempre  están  dando  del  claustro  ma- 
<i  terno  del  cerebro,  por  la  abertura  de  los  labios, 
«  nuevos  hijos  al  mundo  del  amor  y  de  las  relacio- 
«  nes  humanas.  » 

El  espíritu,  el  alma  de  los  idiomas,  está  en  su  sin- 
taxis más  que  en  su  vocabulario.  Enriquézcase  éste 
y  acátese  aquella,  tal  es  nuestra  doctrina.  Si  el  uso 
generalizado  ha  impuesto  tal  ó  cual  verbo,  tal  ó  cual 
adjetivo,  hay  falta  de  sensatez  ó  sobra  de  tiranía  au- 
toritaria en  la  Corporación  que  se  encapricha  en  ir 
contra  la  corriente.  Siempre  fué  la  intransigencia  se- 
milla que  produjo  mala  cosecha. 

IV 

Recuerdo  que  sostuve  una  noche  en  la  Academia 
que  figurando  en  el  Diccionario  el  sustantivo  presu- 
puesto, nada  de  irregular  habría  en  admitir  el  verbo 


—  10  — 

presupííestar  de  que  tanto  gasto  hacen  periodistas  y 
oradores  parlamentarios.  En  esa  discusión  que  se 
acaloró  un  tantico,  y  en  la  que  un  intolerante  acadé- 
mico olvidó  hasta  formas  de  social  cortesía,  leyóse  un 
romance  que,  hace  medio  siglo,  escribió  Ventura  de 
la  Vega  contra  el  verbo  presupuestar,  lectura  con  la 
que  mi  contradictor  no  probó  más  sino  que  el  tal 
verbo  ha  llegado  á  imponerse  en  el  lenguaje,  para 
evitar  el  rodeo  át  formar prcstipuesio,  consignar  en  el 
presupuesto,  etc.  Pobre,  estacionaria  lengua  sería  la 
castellana  si,  en  estos  tiempos  de  comunicación  tele- 
gráfica, tuviésemos  que  recurrir  á  tres  ó  cuatro  pala- 
bras para  expresar  lo  que  sólo  con  una  puede  decirse. 

La  intransigencia  del  académico  á  quien  he  aludi- 
do para  con  €ÍvQxho  presupuestar,  se  parece  mucho 
á  la  de  don  Rafael  María  Baralt  con  el  vocablo  gti- 
be^'namental: 

«  Todo  se  intente,  todo  se  haga,  menos  escribir 
«  semejante  vocablo,  menos  pronunciarle,  menos  in- 
«  cluirle  en  el  Diccionario  de  la  Academia.  Antes 
«  perezca  éste,  y  perezca  la  lengua,  y  perezcamos 
(í  todos. )) 

Pues  poquita  cosa  le  pedía  el  gusto.  ¿Así  son  los 
odios  académicos  para  con  las  pobres  palabras?  Mal 
consejero  y  peor  juez  es  el  odio. 

Pues,  á  pesar  del  anatema,  la  voz  gubernamental 
se  impuso,  y  ahí  la  tienen  ustedes,  en  la  última  edi- 
ción del  Diccionario,  tan  campante  y  frescachona. 
Y  á  pesar  de  la  inquina  de  Baralt  no  nos  ha  llevado 
todavía  la  trampa,  y  el  mundo  sigue  rodando 

por  el  piélago  inmenso  del  vacio. 

Que  haya  un  vocablo  más  ¿qué  importa  al  mundo? 

Y  aquí  viene,  como  anillo  al  dedo,  algo  que  Pom- 
peyo  Gener  escribe  en  su  interesante  libro  Litera- 
tííras  malsanas^  y  que  copio  para  que  el  lector  ame- 


rlcano  sepa  que,  en  Espafía  misma,  abundan  comba- 
tientes contra  las  intransigencias  académicas: 

«  La  lengua  es  un  órgano  viviente  que  evoluciona, 
«  y  en  cualquier  momento  de  su  historia  se  halla  en 
«  estado  de  equilibrio  entre  dos  fuerzas  opuestas: — 
«  la  una,  conservatriz  ó  tradicional,  y  la  otra  revolu- 
«  cionaria  ó  innovadora.  La  fuerza  revolucionaria, 
«  ó  que  obra  por  alteraciones  fonéticas  y  por  neolo- 
«  gismos,  es  necesaria  á  la  vida  del  lenguaje,  para 
«  que  este  no  muera  falto  de  sentido  y  de  flexibili- 
«  dad.  La  vida  del  idioma  consiste  en  el  equilibrio 
«  de  conservar  lo  antiguo  que  corresponda  á  las 
«  ideas  cuyo  uso  sea  lógico  y  adecuado,  y  de  enri- 
«  quecerle  con  nuevas  significaciones,  nuevas  pala- 
«  bras  y  nuevos  giros  creados  siempre  conforme  al 
«  genio  de  la  lengua.  Hay  quienes  creen  que  la  len- 
«  gua  vive  por  sí  propia,  que  desde  que  la  fijaron  los 
«  clásicos  es  per{ect2L />erin  eternum^  y  se  les  figura 
«  un  sacrilegio  toda  innovación,  y  toda  alteración 
«  un  atentado.  Y  así  pasan  horas,  y  días,  y  años,  con- 
«  virtiendo  el  castellano  de  lengua  viva  en  lengua 
«  muerta.  Les  sucede  lo  que  á  los  romanos  de  la 
«  decadencia  que,  á  fuerza  de  aferrarse  á  su  latín,  se 
«  les  quedó  una  lengua  litúrgica,  incomprensible,  en 
«  frente  de  las  lenguas  populares,  fecundas  y  poéti- 
«  cas,  que  dieron  lugar  á  las  neo -latinas.  No  ven 
«  que  el  mundo  marcha,  y  con  él  las  espresiones  es- 
«  critas  ¡Ay  del  que  de  un  nombre  haga  un  verbo, 
«  de  un  verbo  un  nombre,  de  un  sustantivo  un  adje- 
«  tivo!  Lo  tendrán  esos  creyentes  por  reo  de  mayor 
«  crimen  que  el  de  haber  faltado  á  la  moral  ó  á  la 
«  conciencia.  Y  ¡cosa  rara!  por  causa  de  esta  cegue- 
«  ra  intensa  redactan  diccionarios,  que  pretenden 
«  imponer  como  códigos  de  la  lengua!  Pero,  contra 
<t  todos  estos  pseudo-gramáticos,  el  lenguaje  conti- 
«  núa  siendo  un  organismo  sonoro  que  la  mente  hu- 
ir mana  crea  y  transforma  de  una  manera  sensible    é 


ñ^  íi  ^  ' 

«  indefinida.  Y  las  obras  del  genio  siguen  producién- 
«  dose  y  dando  lugar  á  nuevas  estéticas.  Y  los  estí- 
«  mulos  nuevos  surgen  con  los  nuevos  temperamen- 
«  tos,  independientes  de  todas  las  reglas.  Y  el  hom- 
«  bre  continúa  produciendo  é  innovando,  en  las  le- 
«  tras  como  en  todo,  pudiendo  decir,  á  pesar  de  los 
a  académicos,  e/>ur  simmve,it 

V 

^  No  se  diría  sino  que  se  pretende  que  seamos  sub- 
ditos, no  voluntarios  sino  forzados,  del  idioma,  y  que 
la  autoridad  del  Diccionario  sea,  para  nosotros,  tan 
indiscutible  como  el  Syllabus  romano  para  el  cúmu- 
lo de  fanáticos.  Hablemos  y  escribamos  en  ameri- 
cano; es  decir,  en  lenguaje  para  el  que  creemos  las 
voces  que  estimemos  apropiadas  á  nuestra  manera 
de  ser  social,  á  nuestras  instituciones  democráticas, 
á  nuestra  naturaleza  física.  Llamemos,  sin  temor  de 
hablar  ó  de  escribir  mal,  pampero  al  huracán  de  las 
pampas,  y  conjuguemos  sin  escrúpulo  empamparse, 
asor ochar  se,  apunarse,  desbarrancarse  y  garuar,  ver- 
bos que  en  España  no  se  conocen,  porque  no  son 
precisos  en  país  en  que  no  hay  pampas,  ni  soroche, 
m  punas,  ni  barrancos  sin  peñas,  ni  gañía.  El  es- 
critor que,  por  prurito  de  purismo,  escriba  afta  en 
vez  de  paco,  divieso  en  lugar  de  chupo,  adehala  por 
yapa  y  coYúla  por  pzccho,  será  comprendido  en  Espa 
ña,  pero  no  en  el  pueblo  americano  para  el  cual  es- 
cribe. Debe  tenernos  sin  cuidado  el  que  la  docta 
corporación  nos  declare  monederos  falsos  en  mate- 
ria de  voces,  seguros  de  que  esa  moneda  circulará 
como  de  buena  ley  en  nuestro  mercado  americano. 
Nuestro  vocabulario  no  será  para  la  exportación, 
pero  sí  para  el  consumo  de  cincuenta  millones  de,  se- 
res, en  la  América  latina.  Creemos  los  vocablos  que 
necesitemos  crear,  sin  pedir  á  nadie  permiso  y  sin 
escrúpulos  de  impropiedad  en  el  término.   Como  te- 


•  «Hw.     J3     •**^ 

nemos  pabellón  propio  y  moneda  propia,  seamos 
también  propietarios  de  nuestro  criollo  lenguaje. 

Los  viejos  que,  aunque  sin  la  intolerancia  acadé- 
mica, hemos  desempeñado  el  papel  de  Quijotes  apa- 
sionados de  esa  Dulcinea  que  se  llama  el  habla  cas- 
tellana, nos  vamos  á  prisa  dejando  el  campo  libre  de 
mantenedores.  La  generación  que  nos  reemplazará 
se  cuida  poco  ó  nada  de  hojear  el  Diccionario,  para 
averiguar  si  tal  ó  cual  palabra  es  genuinamente  es- 
pañola. El  del  Léxico  de  la  calle  de  Valverde  es 
cartabón  demasiado  estrecho,  y  la  nueva  generación 
ama  la  independencia  acaso  más  de  lo  que  la  hemos 
amado  los  hombres  de  la  generación  que  se  vá. 

Los  viejos,  inclinados  á  acatar  siempre  algo  de 
autoritario,  perseguíamos  el  purismo  en  la  forma,  y 
ante  el  fetiche  del  purismo  sacrificábamos,  con  fre- 
cuencia, la  claridad  del  pensamiento.  Los  jóvenes 
creen  que  á  nuevos  ideales  corresponde  también  no- 
vedad en  la  expresión  y  en  la  forma;  y  hé  ahí  por 
qué  encuentran  fósil  la  autoridad  de  la  Academia 
siempre  aferrada  á  un  tradicionalismo  conservador,  á 
un  pasado  que  ya  agoniza. 

Discurriendo  sobre  el  injustificable  rechazo  que 
de  la  Academia  merecieron  los  verbos  clausurar, 
dictaminar  y  presupuestar^  el  distinguido  periodista 
don  Modesto  Sánchez  Ortíz,  director  de^  La  Van- 
^tiardia,  diario  barcelonés,  se  expresó  así: 

«  Eso  de  considerar  tales  verbos  como  subver- 
"  sivos  y  bárbaros,  á  pesar  de  ser  de  uso  corriente 
«  en  América  y  hasta  en  España,  vale  tanto  como 
«  decir  que  allá  no  se  escribe  castellano,  lo  cual  des- 
«  mienten  con  sus  obras  muy  insignes  autores.  Creo, 
«  por  mi  parte,  que  la  Academia  de  la  lengua,  asaz 
((  apegada  aciertas  preocupaciones  rancias,  no  se 
«  muestra  todo  lo  dúctil  que  debiera,  para  conser- 
«  var  su  hegemonía  literaria  en  aquellas  vastas  regio- 
«  nes,  hijas  emancipadas  de  la  madre  España,  unidas 


•*»  14  **^ 

«  empero  á  ella  por  el  vinculo  del  idioma,  y  que 

«  suman  juntas  un  número   de  habitantes  superior 

«  en  muchísimo  al  de  la  Metrópoli.    En   todas  esas 

«  regiones  se  presupuesta,  y  nosotros  mismos,  aquí, 

«  en  España,  presupuestamos  á  todo  trapo,  si   bien, 

ff  casi  siempre,  con  escasa  sinceridad.    Si   la  palabra 

«  es  viva,  y  su  aire  no  difiere  del  de  otras   muchas 

«  parecidas  ¿por  qué  se  le  ha  de  negar  la  inscripción 

«  en  el  registro  civil  del    Diccionario?    Mal  anda  la 

«  docta  corporación  con  sus  remilgos;  pues  bien  pu- 

«  diera  ocurrir  que,  interpretándoseles  torcidamente, 

«  provocaran  sensibles  enfriamientos  y  dieran  al  tras- 

«  te,  por  algún  tiempo,  con  los  proyectados  tratados 

«  de  propiedad  intelectual  entre  España  y  las  repú- 

«  blicas,  gracias  á  lo  cual  muchos  de  nuestros  escri- 

«  tores,  al  sacar  sus   cuentas,  se  verán    imposibilita- 

«  dos  de  presupuestar  el  producto  de  sus  obras  en  el 

«  mercado  de  América,  aunque   en  rigor  no  resulte 

«  perjuicio  á  algunos  académicos  cuyos  libros,  si  los 

«  producen,  rara  vez  logran  pasar  el  charco.» 

VI 

Propósito  muy  hispanófilo  fué,  pues,  el  que  me 
animó  cuando,  en  las  juntas  académicas  á  que  con- 
currí, empecé  proponiendo  la  admisión  de  una  do- 
cena de  vocablos  de  general  uso  en  América. 

Yo  anhelaba  que  las  fiestas  del  Centenario  tuvie- 
ran significación  práctica,  revelando  que  España  ar- 
monizaba tanto  con  nosotros  que,  si  no  admitía 
como  suyos  nuestros  neologismos,  por  lo  menos  no 
los  despreciaba  como  argentinismos,  colombianis- 
mos, chilenismos,  peruanismos  etc.  etc 

Cuando  se  crearon  las  Correspondientes  en  Améri- 
ca, todos  presumimos  que  la  Academia  madre  se 
proponía  asociarnos  á  su  labor,  para  que  contribuyé- 
ramos con  el  caudal  de  voces  que,  suficientemente  es- 
tudiadas por  nosotros,  estimáramos  de  precisa  ó  con- 


•  —  15  — 

venienteadmisíón.  El  desengaño  ha  sido  tosco;  y  para 
no  continuar  siendo  corporaciones  de  relumbrón, 
dos  de  las  Academias  americanas,  sin  ruido,  cara- 
biode  notas,  ni  alharacas,  se  han  declaradoc  esantes. 
«  Es  empresa  poco  menos  que  imposible  (dice  el 
«  académico  señor  García  Ayuso,  en  su  discurso  de 
«  incorporación)  desterrarlas  voces  que  han  recibido 
«  la  sanción  del  pueblo  soberano.  » 

Y  tan  fundada  es  la  afirmación  del  señor  García 
Ayuso  que  aunque  la  Academia,  en  la  última  edi- 
ción de  su  Diccionario,  ha  eliminado  una  de  las  acep- 
ciones de  la  palabra  jesuíta,  no  por  eso  ha  consegui- 
do, ni  conseguirá,  desterrarla  del  uso.  La  razón  es 
que  el  pueblo  soberano  no  hace  política  cuando  ha- 
bla, ni  entiende  de  contemporizaciones  partidaristas. 

Y  ya  que  he  citado  en  apoyo  de  mis  ideas  la  auto- 
toridad  de  un  académico,  no  quiero  concluir  sin  co- 
piar palabras  de  otro  ilustradísimo  lingüista,  también 
académico  de  la  Española,  don  Eduardo  Benot,  que 
en  su  libro  Acentuación  Castellana,  escribe: 

cf  La  Academia  tiene  que  obedecer  á  una  autori- 
«  dad  inapelable,  que  es  la  del  uso,  supremo  legis- 
«  lador  en  materia  de  lenguaje;  y  yo  no  creo  que  exis- 
«  ta  en  la  Academia  autoridad  bastante  para  dar  ó 
{(  quitar  la  ciudadanía  alas  voces  y  alas  locuciones.  » 

VII 

Eran  poco  más  de  trescientas  cincuenta  las  pala- 
bras anotadas  en  mi  cartera,  las  que  intentaba  ir, 
poco  ó  poco,  proponiendo  para  discusión  Esa  re- 
lación se  limitaba  á  apuntar  las  voces  y  definirlas 
muy  á  la  lijera,  advirtiendo  que  no  consideraba  voz 
alguna  que  no  fuera  de  uso  generalizado  en  tres  re- 
públicas, por  lo  menos. 

Hoy,  al  publicarla,  he  añadido  rápidas  apreciacio- 
nes, y  aun  más  de  cuarenta  vocablos,  teniendo  á  la 
vista  el  Diccionario  de  chilenismos  de  ZorobabelRo- 


—  16  — 

driguez,  el  de  peruanismos  por  Juan  de  Arona,  el 
rio-platense  de  Daniel  Granada,  y  los  trabajos  lin- 
güísticos de  los  Cuervo,  Baralt,  Irisarri,  Seijas,  Ar- 
mas, Batres  Jáuregui,  Pablo  Herrera,  Pedro  Fermín 
Cevallos,  Amunátegui  Reyes,  Eduardo  de  la  Barra, 
Tomás  Guevara  y  otros  muchos  filólogos  americanos. 

Y  qué  razones,  Dios  de  Israel !  las  que  oí  alegar 
contra  la  admisión  de  algunas  voces ! 

Las  razones  más  culminantes  eran  — ese  vocablo 
no  hace  falta  ó  ese  vocablo  no  lo  usamos  en  Espa- 
ña—  como  si  porque  en  América  no  se  han  aclimata- 
do el  sustantivo  poneíicia  ni  el  verbo  empecer,  pala- 
bras muy  castizas  y  de  las  que  gran  derroche  hicie- 
ron los  oradores  en  los  Congresos  colombinos,  de- 
biéramos nosotros  condenarlas. 

Después  del  rechazo  de  una  docena  de  voces  por 
mí  propuestas,  me  abstuve  de  continuar,  convencido 
de  que  el  rechazo  era  sistemático  en  la  mayoría  de  la 
corporación,  escepción  hecha  de  Castelar,  Campo- 
amor,  Cánovas,  Valera,  Castro  Serrano,  Balaguer, 
Fabié  y  Núñez  de  Arce,  que  fué  el  paladín  que  más 
ardorosamente  defendió  la  casticidad  del  verbo  dic- 
taminar. 

Así,  por  razón  de  capricho  erijido  en  sistema  ó 
por  espíritu  anti-americano,  he  llegado  á  explicar- 
me el  por  qué  nunca  la  Academia  tomara  en  seria  con- 
sideración los  diccionarios  de  Zorobabel  Rodríguez, 
Juan  de  Arona  y  Daniel  Granada. 

Ese  esclusivismo  de  la  mayoría  académica  impor- 
ta tanto  como  decirnos: — 

Señores  americanos,  el  Diccionario  no  es  para  us- 
tedes. El  Diccionario  es  un  cordón  sanitario  entre 
España  y  América.  No  queremos  contajio  americano. 

Y  tiene  razón  la  Real  Academia. 
Cada  cual  en  su  casa,  y  Dios  con  todos. 

Lima-^Febrero  de  i8^^. 


m  NO  SE  EKCDENTBAN  EN  EL  DICCIONABIO  DE  LA  ACADEMIA 


Abarrajarse — Resbalar  y  caer  de  bruces — Lanzarse 
en  la  vida  airada. 

Abarrajado,  a — Cuando  decimos  fulano  es  un  abar- 
rajado expresamos  que  es  un  hombre  cargado  de  vicios, 
un  truhán  —Fulana  es  una  abarrajada,  entiéndase  una 
meretriz. 

Abracar —  Lo  que  el  Diccionario  llama  abrahonar. 
Tenemos  el  refrán  guien  mucho  abraca  mucho  aprieta,  cu- 
ya significación  es  distinta  de  la  del  refrán  español — 
abarcar  mucho  y  apretar  poco, 

Absolvente — En  nuestro  lenguaje  jurídico  designa- 
mos con  esta  voz  al  que  absuelve  posiciones.  La  Aca- 
demia trae,  como  anticuado,  el  s oc?Lh\o  absolviente,  y  ha 
olvidado  considerar  absolvente. 

Acaparar — Tener  el  monopolio  de  algo  ó,  por  lo  me- 
nos, reunir  la  mayor  cantidad  posible  de  un  artículo. 

Acaparador,  a — La  persona  que  acapara. 
_  Acápite — Decimos,  en  todas  las  repúblicas  de  Amé- 
rica, por  lo  que  los  españoles  llaman  punto  y  aparte.  Se- 
ría imposible  desterrar  del  uso  esta  voz,  sobre  todo  en- 
tre tipógrafos  y  periodistas. 

Acaserarse — Encariñarse,  acostumbrarse  á  ser  par- 
roquiano ó  comprador  en  determinado  establecimiento, 

Acaserado,  a— Parroquiano  habitual, 

% 


—  18  — 

Accidentado,  a— La  Academia  no  admite,  entre  las 
acepciones  de  esta  voz,  el  que  se  aplique  á  los  terrenos 
sinuosos  6  de  variada  formación  geológica.  Y  sin  em- 
bargo, en  muchos  escritores  españoles  contemporáneos, 
principalmente  cuando  tratan  de  campañas  militares  ó 
discurren  sobre  temas  de  ingeniatura  y  geografía,  en- 
contramos  la  locución  terreno  accidentado,  de  general 
uso  en  América. 

Acriollarse— Adquirir  un  extrangero  los  hábitos 
de  la  gente  del  país,  convertirse  en  criollo. 

Acriollado,  a — El  que  ha  llegado  á  apropiarse  las 
costumbres  criollas. 

Aceitillo— El  aceite  perfumado  que  sirve  para  usos 
del  tocador.  En  América,  dejamos  el  aceite  para  la 
cocina. 

Acholado,  a — El  que  tiene  color  de  indio  {cholo,  en 
el  Perú,  Bolivia,  Ecuador,  Chile  y  Paraguay) —  El  que 
se  corre,  intimida  ó  avergüenza. 

Acholarse— Correrse,  avergonzarse. 

Adefesiero,  a — Persona  que  dice  ó  hace  disparates 
y  tonterías — También  se  aplica  á  las  que  visten  exaje- 
rando  la  moda  ó  apartándose  mucho  de  ella. 

Adulón,  a — En  el  adulador  cabe  algo  de  lisonjero  y 
cortesano.  En  el  adulón  hay  solo  bajeza.  Amunátegui 
Reyes  exhibe  una  cita  de  Pereda  para  comprobar  que 
el  vocablo  se  conoce  también  en  España. 

Adulete — El  adulón  sobre  ruin  ridículo. 

Agigantar— Núñez  de  Arce  ha  usado  este  verbo  en 
su  Visión  de  fray  Martin,  y  según  citas  de  Amunátegui 
JReyes  también  lo  han  empleado  Bello,  Re  villa  y  Pérez 
Galdós. 

Agredir— Acometer,  atacar.  Apesar  de  que  no  con- 
traría la  índole  de  la  lengua,  como  que  la  voz  viene  del 
agrediré  latino,  la  Academia  rechaza  este  verbo  de  uso 
constante  en  la  jurisprudencia  americana. 

Albazo — Saludo  matinal  que,  con  música,  vivas  y 
cohetes,  se  hace  á  una  persona  el  día  de  su  cumpleaños, 
ó  á  un  santo  en  la  puerta  del  templo  en  que  ha  de  cele- 
brarse su  fiesta. 

Alternabilidad— La  acción  de  alternar. 

Alternable— Lo  que  admite  alternabilidad.  Esta 
V02|  aunque  de  saborcito  francés,  se  encuentra  en  la 


•  «Mi     10     «MK 

real  cédula  llamada  de  la  Alternativa  sobre  elección  de 
prelados. 

Amancay— (Del  quechua)  Flor  amarilla,  parecida  á 
la  azucena,  que  se  produee  en  algunos  cerros  del  Perú. 

Amansador,  a— El  que  doma,  domestica  ó  amansa 
un  animal — El  que  en  una  reyerta  apacigua  los  ánimos. 

Amolar — En  la  acepción  de  fastidiar  ó  de  ocasionar 
perjuicio —  ¡Qué amolar/  No  amuele  la  paciencia!  Me 
amoló!  son  locuciones  que,  aunque  vulgares,  están  ge- 
neralizadas. 

Amordazar— Poner  mordaza.  Figuradamente  deci- 
mos amordazar  la  prensa,  cuando  los  gobiernos  ponen 
trabas  á  la  libertad  de  escribir — Zorobabel  Rodríguez 
opina,  por  razones  de  analogía,  que  debe  decirse  en- 
mordazar-, pero  el  uso  constante  ha  impuesto  amordazar 
como,  tratándose  de  buques,  acorazado  y  no  encorazado. 

Anaco — (Del  quechua)  La  Academia  dice  que  es  un 
peinado  de  las  indias  de  sud-América.  La  definición 
académica  es  errónea.  El  anaco  es  la  pollera  ó  falda  que 
usan  las  indias — Cusma,  es  la  camisa — Lucila^  es  la 
manta. 

Andino,  a — Lo  que  se  refiere  á  la  cordillera  de  los 
Andes,  como  volcán  andino,  nieves  andinas,  etc.  Tam- 
bién los  adjetivos  cisandino  y  trasandino  son  de  uso  ge- 
neralizado en  América. 

Anexionista— Partidario  de  la  anexión. 

Ante — Bebida  alimenticia  y  muy  refrigerante,  hecha 
con  frutas,  vino,  canela,  azúcar,  nuez  moscada  y  otros 
apéndices. 

Apacheta — (Del  quechua)  Montón  de  piedras  que 
colocan  los  indios  en  las  altiplanicies  andinas  como 
ofrenda  gratulatoria  á  la  divinidad.  Por  varios  cronis- 
tas de  Indias  se  encuentra  empleada  la  voz. 

Apero— El  conjunto  de  prendas  que  sirven  para  en- 
sillar un  caballo. 

Aplomo — Serenidad,  sangre  fría. 

Apunarse — Sufrir  el  fatigoso  malestar  propio  de  las 
frígidísimas  punas  de  los  Andes,  dolencia  que,  en  oca- 
siones, produce  la  muerte  del  viajero. 

Arranquitis — La  pobreza  extrema,  la  miseria— Pa- 
decer de  arranquitis  crónica  dícese  por  quien  no  tiene 
probabilidad  de  mejorar  su  mala  situación. 


áB.  20  — 

Arenillero— Lo  que  llaman  salvadera  en  España, 
voz  no  usada  en  América. 

Arreador— No  es  solo  el  que  arrea  el  ganado  sino 
también  el  látigo,  fusta  ó  huasca  que  emplea. 

Arirumba— (Del  quechua)  Una  flor  que  los  indios 
estiman  como  propia  de  los  cementerios. 

AsOROCHARSE— Sufrir  del  soroche  en  las  cordilleras 
andinas.  Es  dolencia  tan  grave  conio  la  de  apunarse^ 
siendo  distinta  la  causa  que  las  origina. 

Atrenz  )—  Conflicto,  apuro,  embarazo,  dificultad. 
Este  vocablo  lo  encontramos  en  escritores  americanos 
del  siglo  XVII.  Quizá  es  voz  castellana  olvidada  en 
España,  y  que  nosotros  hemos  conservado. 

Atávico,  a — Trayendo  el  Diccionario  el  sustantivo 
atavismo,  no  hay  por  qué  excluir  adjetivo  tan  usado. 

Autoctonía — Mutatis  mutandis,  repetimos  el  con- 
cepto anterior.  El  Diccionario  solo  trae  autóctono. 

Autonomista — Partidario  de  la  autonomía. 

AviNCA— (Del  quechua)  Zapallito  más  fino  y  estima- 
do que  el  grande  y,  en  la  forma,  parecido  á  la  calabaza. 

Ayrampo— (Del  quechua)  Planta  tintórea  originaria 
de  América. 


B 


Bachicha — Llamamos  así  al  italiano  de  baja  ralea, 
como  gringo  al  inglés,  gavacho  al  francés  y  chápiro  ó  cita- 
petón  al  español. 

Barchilón,  A— Persona  contratada  para  cuidar  en- 
fermos en  los  hospitales.  Esta  palabra  es  hija  del  agra- 
decimiento popular,  pues  se  há  querido  perpetuar  con 
ella  el  recuerdo  de  un  caritativo  español,  apellidado 
Barchilón,  que  vivió  en  el  Perú  en  el  siglo  XVI.  La 
palabrita  tiene  ya  fecha  de  existencia,  y  se  ha  generali- 
zado en  América,  con  tanta  mayor  razón  cuanto  que, 
en  el  Diccionario,  no  hay  vocablo  para  designar  á  los 
enfermeros  de  hospital. 

Badulacada — Acción  propia  de  un  badulaque. 

Badulaquear— Hacer  badulacadas. 

Bagre— Pez  c^ue  se  encuentra  en  algunos  rios  de 


•  »— 21 — 

América.  Figuradamente  se  aplica  este  nombre  á  la 
mujer  fea  y  despreciable. 

Baquiano— Conocedor,  práctico,  guía  que  contratan 
los  viajeros.  La  voz  la  traen  historiadores  de  Indias.  ^ 

Bienintencionado,  a— Hallándose  en  el  Diccionario 
malintencionado  (dice  el  ingenioso  doctor  Tebussem)  no 
alcanzo  razón  para  haber  omitido  este  adjetivo.  En  una 
cita,  que  del  Quijote  hace,  figura  bienintencionadamente. 
Boleto— Lo  que  la  Academia  llama  boleta-^  T^-m- 
bien  damos  el  nombre  de  boleto  á  una  excepción,  firma- 
da por  la  autoridad,  para  libertarse  del  servicio  militar. 
Boletería— Lugar  donde  se  venden  los  boletos  para 
ocupar  asiento  en  un  tren,  teatro,  plaza  de  toros,  etc. 

BOMBONAJE— La  paja  especial  que  se  encuentra  en 
muchos  afluentes  del  Amazonas,  y  que  sirve  para  la  fa- 
bricación de  los  sombreros  llamados  á^jipijaipa,  som- 
breros, hasta  hace  poco,  muy  estimados  y  valiosos. 

Bragueta— //«<^/tí;r  como  el  gigante  por  la  bragueta,  de- 
cimos por  el  que  desatinadamente  repite  conceptos 
ajenos.  La  locución  nació  de  que,  en  la  festividad  del 
Corpus,  se  exhibían  figurones  de  más  de  tres  varas  de 
altura,  y  la  voz  del  hombre  que  iba  dentro  de  la  arma- 
zón salía  por  la  bragueta.  Aunque  el  Diccionario  trae 
la  palabra,  falta  la  frase  popular  muy  generalizada. 

Brín— Tela  gruesa  y  fuerte  que,  entre  otros  usos,  se 
emplea  para  pantalones  de  marineros  y  soldados. 

Burocracia— La  colectividad  de  empleados  en  las  ofi- 
cinas. 

Burocrático,  a— Oficinesco— Admitida  sin  gran  ne- 
cesidad, como  lo  prueba  Baralt,  la  palabra  buró,  no  hay 
por  qué  rechazar  sus  derivadas.  En  España  las  empleó, 
en  uno  de  sus  discursos  en  el  Congreso  Literario,  el  no- 
table orador  Canalejas  y  Méndez.  También  hay  que 
convenir  en  que  hoy,  solo  la  gente  que  hojea  libros  vie- 
jos tiene  noticia  de  los  vocablos  covachuela  y  covachue- 
lista. Tal  es  el  desuso  en  que  han  caido. 

C 

Caballada— Admitidos  por  la  Academia  nombres 
colectivos  como  vacada,  boyada  y  \i^^\.^  yeguada,  no  hay 


M»  221  •-«>  <- 

por  qué  excluir  la  voz  caballada  tan  de  preciso  empleo 
en  la  milicia — Oficial  de  caballada,  el  que  en  la  vida  de 
guarnición  cuida  de  los  caballos  del  regimiento. 

Cabildante — En  los  libros  del  Cabildo  de  Lima, 
desde  los  tiempos  de  Pizarro,  se  llamó  cabildantes  á  los 
miembros  del  Ayuntamiento.  En  las  descripciones  de 
fiestas  reales,  en  las  de  autos  de  fe  y  en  todos  los  docu- 
mentos impresos  de  la  época  colonial,  figuran  los  seño- 
res cabildantes,  vocablo  cuya  formación  nada  tiene  de 
violenta. 

Cablegrama— Telegrama  trasmitido  por  el  cable 
marítimo— Lo  nuevo  reclama  la  formación  de  la  pala- 
bra que  lo  exprese,  aparte  de  que  entre  cablegrama  y  te- 
legrama es  obvia  la  diíerencia.  El  primero  es  el  despa- 
cho que  se  trasmite  por  el  cable  marítimo,  y  el  segun- 
do el  que  se  hace  por  los  alambres  terrestres.  Así  cuan- 
do decimos:—//^  recibido  cablegrama  damos,  á  la  vez,  la 
noticia  de  que  nos  ha  llegado  por  vía  marítima — Tam- 
bién se  escribe  en  algunos  periódicos  kalograma,  for- 
mando el  vocablo  de  raíz  griega.  Indudablemente  que 
es  más  español  cablegrama,  y  el  uso  lo  ha  generalizado. 

Cablegrafiar — Trasmitir  un  despacho  por  el  cable. 
La  Academia  ha  admitido  telegrafiar. 

Cablegráfico,  a — Lo  relativo  á  la  cablegrafía,  voz 
que  también  debe  ser  admitida. 

Cablegrafista — Admitida  la  palabra  telegrafista,  no 
hay  por  qué  excluir  este  vocablo. 

Cábula — Maña,  ardid,  abusión.  El  sentido  es  distin- 
to del  cabala  que  trae  el  Diccionario. 

Cabulista — Mañoso,  supersticioso. 

Cachetada — Golpe  que,  con  la  mano  abierta,  se  dá 
en  la  mejilla. 

Cacharpari — (Del  quechua)  La  Academia,  en  la  úl- 
tima edición  del  Diccionario,  ha  admitido  la  voz;  pero 
figura  mal  escrita.  La  palabra  no  es  cachazpari  sino 
cacharpari.  Véase  la  comedia  de  Manuel  Segura,  el 
Bretón  limeño,  titulada  El  cacharpari. 

Cacharpas — (Del  quechua)  Trebejos,  cosas  usadas 
y  de  poco  valor.  No  se  emplea  la  voz  en  singular. 

Cachua — (Del  quechua)  Bailoteo  de  los  indios  en  el 
Perú,  Bolivia  y  otras  repúblicas. 

Cachuar— Bailar  cachua. 


•  —  23  — 

Cachimbo— Palabra  despreciativa  con  que  la  solda- 
desca ha  bautizado  al  cívico  ó  guardia  nacional. 

Cachucho— Damos  este  nombre  á  una  canoa  ó  pe- 
queña embarcación,  generalmente  usada  por  los  pesca- 
dores. La  Academia  la  llama  cachucha. 

Camal— Lo  que  en  España  se  conoce  por  Rastro  ó 
Matadero  de  reses.  Aunque  el  Diccionario  trae  el  vo- 
cablo no  considera  esta  acepción. 
^  Camalero,  a— El  empleado  en  el  camal  y  el  nego- 
ciante en  ganado  para  el  matadero. 

Camareta — Especie  de  petardo  que  queman  los  in- 
dios en  las  fiestas. 

Camaretazo— Explosión  de  la  camareta. 

Cancha— (Del  quechua)  Maíz  tostado  y  no  habas 
tostadas,  como  dice  el  Diccionario— También  llama- 
mos  cancha  al  local  en  que  se  lidian  gallos  y  al  destina- 
do para  carreras  hípicas. 

Canchón— Corral  grande  ó  espacio  cercado  que  sir- 
ve para  depósito  de  metales,  posada  de  peones  ó  de 
desahogo  en  los  cuarteles. 

Candelejón,  a— Persona  tonta,  candida. 

Candelejonada— Tontería,  insulsez,  necedad. 

Cangallero— Ladrón  de  metales  en  las  minas,  ven- 
dedor de  objetos  por  poco  precio. 

Cantimplora  —  En  los  ejércitos  sud-americanos  es 
una  prenda  de  equipo,  por  lo  regular  de  hoja  de  lata, 
que  sirve  al  soldado  para  llevar  consigo,  en  las  mar- 
chas, un  litro  de  agua  ó  de  aguardiente.  La  palabra 
está  en  el  Léxico;  pero  falta  esta  acepción. 

Capitulear— Formar  capítulo,  intrigar  ó  conquistar 
votos  para  una  elección.  La  Academia  llama  á  esto  ca- 
bildear. 

Capitulero — El  individuo  que  se  ocupa  en  intrigar 
ó  buscar  votos.  La  Academia  lo  llama  cabildero. 

Caracha— La  sarna. 

Carachoso,  a — Persona  que  tiene  sarna. 

Carátula— La  Academia  no  trae  la  única  acepción 
que,  para  los  americanos,  tiene  esta  voz.  La  aplicamos 
á  la  primera  página  en  que  está  el  título  de  un  libro. 

Carnavalesco,  a— Lo  propio  ó  digno  del  carnaval. 

Caricaturar— Hacer  una  caricatura. 

Caricaturista— El  que  hace  caricaturas. 


-  24  - 

Caray! — Interjección  tan  generalizada  como  el  ¡ca- 
ramba! que  trae  el  Léxico.  ^ 

Carimba— Marca  que,  con  hierro  encendido,  ponían 
los  amos  á  los  criados.  En  dos  reales  cédulas  del  siglo 
pasado,  prohibitorias  de  la  carimba,  se  encuentra  la  pa- 

labra. 
Carimbar— Marcar  á  los  esclavos. 
Casticidad— Tanto  monta  decir  lo  castizo  de  la  frase 
como  escribir  la  casticidad  del  estilo. 

Caudillaje— A  propósito  de  esta  palabra  dice  Juan 
de  Arona. — "  Los  españoles  no  han  tenido  necesidad  de 
"  las  voces  caudillaje,  coloniaje,  ni  esclavatura,  por  que  no 
"  han  tenido  en  casa,  en  forma  especial  ó  histórica,  un 
"  sistema  de  gobierno  colonial  que  dura  tres  siglos;  ni 
"  una  dotación  ó  encomienda  de  negros  esclavos;  ni, 
"  por  último,  una  plaga  de  caudillos  y  caudillejos". — 
El  Diccionario  trae  solo  el  sustantivo  caudillo. — Cuan- 
do los  caudillos  organizan  un  sistema,  como  sucedió  en 
la  Argentina  durante  la  tiranía  de  Rosas,  entonces  está 
en  su  apogeo  el  caudillaje  ó  gobierno  de  tiranuelos. 
Caudillejo— Caudillo  de  poco  más  ó  menos. 
Cenobiarca— El  superior  de  los  cenobitas. 
Cigarrería— La  tienda  destinada  á  la  venta  de  ci- 
garros.  En  España,  donde  el  Estado  acapara  el  tabaco, 
se  llama  estanco  á  lo  que  nosotros  cigarrería. 

Clausurar— Entre  las  acepciones  del  sustantivo 
clausura  trae  esta  el  Diccionario: — Acto  solemne  con  el 
que  se  terminan  las  deliberaciones  de  un  Congreso, 
etc.— No  hay  república  de  América  en  la  que  no  se 
clausuren  los  Tribunales  de  Justicia,  el  Congreso  y  el 
año  Universitario.  Por  clausurar  entendemos  poner  tér- 
mino á  una  serie  de  sesiones  ó  juntas  oficiales.  Quizá 
nos  ha  parecido  á  los  republicanos  algo  chavacano  el 
verbo  cerrar,  tratándose  de  corporaciones  tan  respeta- 
bles,  y  hemos  dado  existencia  al  verbo  clausurar,  cuya 
formación,  pues  viene  del  r/««¿/¿'r^  latino,  no  riñe  con 
la  índole  del  idioma.  En  cambio,  luce  en  el  Diccionario 
un  verbo  clausular  (cerrar  un  periodo  ó  poner  fin  á  lo 
que  se  estaba  diciendo)  que  ni  pizca  de  falta  hace  en  el 
lenguaje,  pues  rarísimo  será  el  escritor  que  haya  tenido 
oportunidad  para  usarlo.  El  verbo  clausurar  es  (dice  el 
quisquilloso  Baralt,  y  perdóneme  mi  amigo  Castelar 
que  Un  opuesto  se  manifestó  i  \9,  admisión  de  Ul  ver* 


-25- 

bo)  necesario  y  propio,  y  hay  que  adoptarle.  En  las  diezi- 
seis  repúblicas  de  América  lo  conjugamos  por  activa  y 
por  pasiva. 

Coalicionista — Partidario  de  la  coalición.  He  aquí 
una  palabrita  que,  en  los  años  de  1894  y  1895,  hemos 
estado  pronunciando  cada  cinco  minutos  los  peruanos, 
sin  habernos  cuidado  de  buscarla  en  el  Diccionario. 
hos  politiqueros  \>Vir\s,\.?LSSQ  caerán  de  espaldas  con  la 
noticia  que  les  doy  de  que  el  coalicionista  no  ha  entrado 
en  el  reino  de  la  Real  Academia. 

COALIGADO,  A — El  Caudillo,  partido  ó  rama  de  par- 
tido que  entra  en  la  coalición. 

CoBADERA — Lote  de  terreno  del  que  se  extrae  guano 
para  la  agricultura. 

Cocacho— Golpe  que  se  da  con  el  puño  en  la  C2ibe- 
Z2i.— Fréjol  cocacho,  el  fríjol  que  conserva  alguna  dureza 
por  mal  cocido. 

Cocada — Dulce  que  se  hace  de  cocos. — También  lla- 
mamos cocada  á  los  cuadritos  que,  en  heráldica,  se  co- 
nocen con  el  nombre  de  escaques. 

Cocaína— Poderoso  anestésico  extraído  de  la  coca. 

Cocaví — (Del  quechua)  Pequeña  provisión  de  víve- 
res, principalmente  de  coca,  que  hacen  los  indios  para 
un  viaje.  Dar  el  cocaví  es  dar  dinero  á  un  individuo, 
cuando  se  le  manda  en  comisión  lejos  del  pueblo,  para 
que  compre  lo  que  necesite  para  mantenerse  durante 
el  viaje. 

CocHAYUYo— (Del  quechua)  Cierta  alga  marina  muy 
usada  en  la  cocina  americana. 

Codear — Falta  en  el  Diccionario  la  acepción  que  le 
damos  en  América:— comprometer  á  una  persona  para 
que  nos  haga  un  regalo. 

Codeo — El  codeo  se  codea  con  lo  que,  en  España, 
llaman  sablazo. 

Colectividad— -Admitida  individualidad  no  hay  por- 
qué  rechazar  á  la  colectividad,  ó  conjunto  de  individua- 
hdades. 

Coloniaje— No  siempre  la  voz  colonial  tiene  el  al- 
canee  de  esta.  Por  coloniaje  entendemos  todo  un  siste- 
ma  de  gobierno,  mientras  que  el  adjetivo  colonial  lo 
empleamos  solo  como  calificativo. 

é 


—  26  —  ( 

Comuna— Falta  la  acepción,  hoy  tan  generalizada,  de 
Municipio. 

Concienzudo,  A-La  persona  que  no  procede  de 
ligero,   sino   después  de   estudiar   reposadamente  un 

asunto.  1-        ^ 

Concho— (Del  quechua)  Restos,  heces,  sedimento. 
Beber  hasta  el  concho  es  como  beber  hasta  verte,  Cristo 
mío,  ó  como  al  diablo  dejarlo  en  seco. 

Confianzudo,  a— El  que  abusa  de  la  confianza  para 
tomarse  libertades. 

CoTÍN— Tela  á  la  que  el  Diccionario  dá  el  nombre 
de  cotí. 

Coronta— (Del  quechua)  El  corazón  del  choclo. 

Costeo— Burlarse  de  una  persona.  Por  ampliación 
se  dice  costeársela  de  ó  con  fulano. 

Coto— (Del  quechua)  Un  grueso  tumor  ó  bulto  que 
se  desarrolla  en  el  pescuezo.  Hay,  en  América,  pue- 
blos donde  la  mayoría  de  los  vecinos  tiene  esta  deíor- 
midad.  La  voz  está  en  el  Diccionario,  pero  no  trae  la 
acepción  que  apuntamos. 

Cotudo,  a— La  persona  que  tiene  coto. 

Coronelato— Así  llamamos  al  empleo  de  coronel, 
como  generalato  al  de  general.  La  Academia  exije  que 
se  diga  coronelía. 

Criollada— Acción  propia  de  criollos. 

Criollismo -Disposición  para  acriollarse.  Menén- 
dez  Pelayo  ha  usado  la  voz  en  su  Antología. 

Cubiletear— Intrigar,  maromear. 

Cubiletero,  a— Intrigante,  maromero. 

Cueca— Baile  popular.  Véase  Zamacueca.       ' 

Cuí— (Su  p\ura\  cuj/es)  Un  conejo  originario  del  Pe- 
rú.— Parir  como  una  cuí,  ser  muy  fecunda. 

Cueriza— La  zurra  de  látigos  que  se  aplica  á  alguno. 

Cúmplase— Fórmula  republicana  sin  la  cual  no  tie- 
nen vigor  las  leyes  dictadas  por  el  Congreso.  La  frase 
o^cizX  iis  poner  el  cúmplase. 

Cunda— Persona  alegre,  ingeniosa,  traviesa,  jaranista. 

CunderÍA— Asociación  de  mozos  cundas. 

Curaca— Cacique,  potentado  ó  gobernador  de  un 
pueblo.  La  voz  la  han  empleado  historiadores  de  Indias. 

Curcuncho— (Del  quechua)  Jorobado,  torcido, 


^  27 


CH 


Chamelicos — Objetos  de  poca  importancia,  trastos 
de  pobre.  La  voz  no  se  emplea  en  singular. 

Chamico— (Del  quechua)  Yerba  que  administran  los 
indios  para  entontecer  á  una  persona.  También  la  usan 
como  afrodisiaco. 

Chafalonía — La  plata  ú  oro  que  se  emplea  para  la- 
brar vajilla,  hacer  cucharas  y  otras  piezas. 

Chancho — El  cerdo,  el  marrano. — Quedar  como  un 
chancho,  comportarse  ruinmente. 

Charango — (Del  quechua)  La  Academia  trae  cha- 
ranga, como  voz  de  uso  reciente,  aplicándola  á  las  ban- 
das militares  de  escaso  instrumental.  El  charango  de 
nuestros  indios  es  una  especie  de  pequeña  bandurria, 
de  cinco  cuerdas  que  producen  sonidos  muy  agudos. 
Probablemente  la  voz  pasó  de  América  á  España,  y  en 
la  travesía  cambió  la  letra  final.  En  cuanto  á  la  pobre- 
za de  armonías  musicales,  allá  se  van  la  charanga  y  el 
charango. 

Charamusca — Ni  cultos  ni  incultos  llamamos,  en 
América,  chamarasca,  como  el  Léxico  previene,  á  las 
virutas,  briznas  ó  ramas  secas.  Nuestra  voz  charamusca 
es  más  apropiada,  por  que  encarna  algo  de  chamuscar, 
quemar  ligeramente,  tostar. 

Charquí — (Del  quechua)  Carne  seca  en  lonjas  del- 
gadas. 

Charquicán — Guisado  que  se  hace  con  el  charqui. 

Chaquira — (Del  quechua)  Cuenta  de  vidrio  ó  de 
metal.  Esta  voz,  como  chamico,  charqui,  choclo,  chuño, 
chupo  y  charango,  se  encuentra  usada  por  cronistas 
de  Indias. 

Chichirimico — Hacer  chichirimico  de  una  fortuna, 
equivale  á  derrocharla. — Hacer  chichirimico  de  una  per- 
sona, es  burlarse  de  ella. — Hacer  chichirimico  de  la  hon- 
ra, da  tanto  como  perder  la  vergüenza,  infamarse. 

Chingado,  a — Adjetivo  que,  en  México  y  las  repú- 
blicas centro-americanas,  equivale  al  chibado  de  Es- 
paña. 


-28- 

Chingana— (Del  quechua)  Pulpería  de  poca  impor. 
tancia. 

Chinganero,  a— El  ó  la  que  administra  una  chin- 
gana. 

Chicana — Sofistería,  embrollo  de  abogado. 
Chicanero,  a — Sofístico,  rebuscado.   Aunque   Baralt 
rechaza  estas  dos  voces,  ellas  han  alcanzado  á  impo- 
nerse en  el  lenguaje. 

Chivateo— Mezcla  de  gritos  y  ahuUidos  que  usa  la 
caballería  araucana  al  embestir — Edad  del  chivateo^  la 
pubertad. 

Choclo — (Del  quechua)  La  mazorca  de  maíz  cocida 
en  agua  hirviendo. 

Choclón — Pequeño  agujero  hecho  en  el  suelo  para 
un  juego  que,  con  bolitas  ó  cocos,  tienen  les  niños. 

Chucaro,  a — Animal  arisco.  Se  dice,  por  ejemplo, 
caballo  chucaro,  yegua  chucara. 

Chuchoca — (Del  quechua)  Maíz  tostado  y  molido. 

Chuchumeco,  a — La  ramera  ó  mujer  de  vida  ale- 
gre— El  que  frecuenta  trato  con  chuchumecas. 

Chuño— (Del  quechua)  Harina  de  papas  con  la  que 
se  hace  un  alimento  muy  nutritivo  para  los  niños  y 
para  los  enfermos. 

Chupe — (Del  quechua)  Guisado  muy  sabroso  en  el 
que  entran  leche,  papas  amarillas,  camarones,  huevos, 
aceitunas  y  otros  condimentos. 

Chupo— (Del  quechua)  Divieso. 

Churumbela — La  bombilla  de  paja,  caña,  madera, 
latón,  plata  ú  oro  usada  en  América  para  tomar  el  ma- 
te ó  yerba  del  Paraguay. 

Churrasco — Carne  asada  sobre  las  brasas. 

Churrasquiar — Convidar  á  comer  churrasco. 

Chuquisa— (Del  quechua)  Moza  alegre. 


D 

Democratizar  —  Hasta  el  escrupuloso  Baralt  en- 
cuentra  aceptable  este  verbo. 

Depreciar— La  Academia  admite  depreciación  (dimi- 
nución de  valor);  pero  no  el  verbo  que  es  de  constante 


•  —  29  — 

uso  en  el  comercio,  sobre  todo  tratándose  de  acciones 
y  de  papel  de  crédito  público. 

Derrumbe— Nadie  dice,  en  América,  derrumbamieri' 
to  de  un  cerro,  de  una  mina,  de  un  puente,  etc,  sino 
derrumbe-,  pero  sí  decimos  derrumbamiento  de  edificio, 
de  casa,  de  techo,  etc.  ¿Porqué  no  habrían  de  coexistir 
las  dos  voces?  En  todo  caso  derrumbe  no  es  más  que 
síncopa  de  derrumbamiento. 

Desapercibido,  a — En  la  acepción  de  inadvertido,  a, 
se  ha  impuesto  tanto  en  España  como  en  América.  Un 
amigo,  hoy  ausente  del  Perú,  á  quien  censuraron  en 
cierta  ocasión  el  uso  de  desapercibido,  consagró  algunos 
meses  á  recopilar  citas  de  escritores  peninsulares  (en- 
tre los  que  había  tres  ó  cuatro  académicos)  que  favo- 
recían su  lapsus  plumee.  Recuerdo  que  pasaban  de  dos- 
cientas las  citas,  y  presumo  que  á  la  fecha  habrá  au- 
mentado la  cifra.  El  criticado  se  proponía  publicar  un 
opúsculo  sobre  este  tema.  Si  doctos  é  indoctos  dicen 
y  escriben  desapercibido  por  inadvertido,  paréceme  que 
no  ha  de  desplomarse  sobre  la  Academia  la  bóveda 
celeste,  por  añadir  esta  acepción  á  la  que  consigna  el 
Léxico.  Aquí  cabe  lo  dePompeyo  Gener  sobre  enri- 
quecimiento del  idioma  con  nuevas  significaciones  de 
las  palabras. — Quizá  llegue  á  pasar  con  este  adjetivo  lo 
que  con  el  verbo  verificar,  al  que  la  Academia,  en  el  úl- 
timo Diccionario,  le  da  las  acepciones  de  efectiiar,  rea- 
lizar, acontecer,  transigiendo  con  el  uso  generalizado. 

Desbarrancarse — Rodar  por  un  barranco,  lo  que 
es  distinto  de  despeñarse.  Rara  vez,  en  los  barrancos  de 
América,  se  encuentran  peñas. 

Despapucho— Sandez,  disparate,  tontería. 

Destinatario,  a— El  doctor  Thebussem  que,  como 
descendiente  de  un  hermano  del  gran  Cervantes,  trae 
en  la  sangre  condiciones  de  buen  hablista,  sostiene  la 
conveniencia  de  admitir  este  vocablo  tan  usado  en  el 
tecnicismo  postal  y  telegráfico. 

Desvestirse — Diga  lo  que  quiera  la  Academia  son 
acciones  distintas  las  de  desvestirse  y  desanudarse.  El  que 
se  desnuda  se  despoja  hasta  de  la  ropa  interior.  Apro- 
pósito  de  este  vocablo,  el  Sr.  R.  Monner  Sanz  ha  pu- 
blicado, en  Buenos  Aires,  en  1895,  un  opúsculo  titula- 
do— Con  motivo  del  verbo  desvestirse. 


^  80  — 

Diagnosticar— La  misma  razón  que  tuvo  la  Acade- 
mia  para  sacar  de  pronósHoo,  pronosticar,  existe  para  ad^. 
mitir  diagnosticar. 

Dictaminar— Dar  dictamen.  En  la  legislación  de 
nuestras  repúblicas  se  conjuga  por  mayor  este  verbo, 
cuya  formación  es  tan  correcta  como  la  de  decretar, 
ordenar,  informar,  etc.  ¿Porqué  de  dictamen  no  ha  de 
salir  dictaminar}  Salva  lo  trae  en  su  Diccionario;  pero 
cuando  lo  propuse  á  la  Academia  ésta  lo  rechazó  por 
once  votos  contra  nueve. 

Dimisionario,  a— La  persona  que  hace  dimisión  de 
un  cargo  ó  empleo. 

Dinamitero,  a— El  anarquista  que  emplea  la  dina- 
mita en  daño  social.  En  cuanto  al  verbo  dinamitar, 
usado  en  la  prensa  europea,  no  lo  empleamos  en  Amé- 
rica. 

DiSPARATERO,  A  La  persona  que  disparata.  En  Amé- 
rica no  decimos  dispar atador. 

Disfuerzo— Algo  así  como  remilgo,  monada,  engrei- 
miento. Es  un  limeñismo  que  no  tiene  equivalente  en 
el  Léxico  español.  El  disfuerzo  es  más  propio  en  la 
mujer  que  en  el  hombre. 

Disforzado,  a— La  persona  que  se  disfuerza  ó  hace 
rogar  para  complacer  en  lo  que  se  le  pide,  y  que  está 
entre  si  quiero  ó  no  quiero. 

Disforzarse — Este  es  un  verbo  que  morirá  junto 
con  la  última  limeña.  Contra  el  disfuerzo  y  sus  deriva- 
dos son  impotentes  las  prescripciones  académicas,^  co- 
mo lo  fueron  los  virreyes  y  dos  Concilos  para  abolir  el 
uso  de  la  saya  y  manto. 

Dragonear— Desempeñaraccidentalmente  un  cargo. 
Probablemente  viene  este  neologismo  americano  de  que 
el  dragón  es  soldado  que  unas  veces  hace  el  servicio  á 
pie  y  otras  á  caballo.  Dragonear  de  abogado  decimos  por 
el  que,  sin  título  de  tal  y  por  especiales  circunstancias, 
defiende  una  causa — Dragonear  de  párroco  decimos  por 
el  lego  que,  á  falta  de  sacerdote,  bautiza  en  lance  ex- 
tremo á  un  recién  nacido — Dragonear  de  comadrona,  deci- 
mos por  la  que,  sin  ser  obstetriz,  asiste  á  una  parturien- 
ta en  su  desembarazo — y  basta  de  ejemplos. 

Dominguejo— Lo  que,  en  España,  es  dominguillo. 


—  31  — 


E 


Editar— Publicar,  por  su  cuenta,  un  libro,  periódi- 
co ó  grabado.  Pocos  verbos  más  generalizados  que 
este. 

Editorial — En  la  prensa,  sin  excepción,  de  nuestras 
repúblicas,  llamamos  editorial  2í\  que,  en  España,  se  co- 
noce por  artículo  de  fojtdo.—Casa  editorial,  la  que  co- 
mercia en  la  publicación  de  libros,  como  casa  editora 
puede  ser  la  librería  que,  incidentalmente,  publica  un 
libro. 

Embrionario,  a — Lo  que  está  todavía  informe,  en 
embrión,  por  ordenar  ó  arreglar. 

Empacarse— No  ir  ni  atrás  ni  adelante,  atascarse, 
encapricharse.  Propiamente  no  es  un  neologismo,  pues 
el  padre  Acosta,  en  su  Historia  de  Indias,  conjugó  el 
verbo. 

Empacón,  a— El  caballo  ó  la  yegua  que,  para  avan- 
zar ó  retroceder,  se  resiste  al  ginete. 

Empajar— Rellenar  de  paja  un  objeto,  disecar  un 
animal. 

Empaque— Tener  empaque  es  ser  persona  que  no  se 
corre,  que  gasta  prosopopeya,  que  habla  con  aplomo  de 
lo  que  no  sabe. 

Empaquetarse — Ponerse  el  vestido  dominguero. 

Empamparse — Estraviarse  ó  perderse  en  la  inmensi- 
dad de  alguna  pampa  de  América. 

Empavar — Burlarse  de  una  persona. 

Empavarse — Correrse,  no  tener  flema  para  soportar 
una  broma — Comerse  un  pavo  con  plumas,  empavarse  mu- 
chísimo. 

Empavón,  a— Persona  que  fácilmente  se  corre. 

Empecinado,  a — Obstinado,  terco,  encaprichado. 

Emplumar — Además  de  las  acepciones  que  la  Acá. 
demia  da  á  este  verbo,  tiene,  en  América,  la  de  esca- 
parse,  evadirse,  desaparecer,  alzar  el  vuelo. 

Encarpetar — Verbo  usado  en  nuestras  oficinas  pa- 
ra significar  que  á  un  expediente  no  se  le  da  tramitación, 
ó  mejor  dicho,  se  le  ha  encarpetado^  esto  es,  guardado 
entre  carpetas. 


-82- 

Enflautada— Estravagancia,  necedad— 5<«/í>  con  una 
enflautada,  es  decir  ó  hacer  un  disparate  cuando  se  es- 
peraba concepto  ó  acción  juiciosa. 

Enfocar— Concentrar  el  foco,  verbo  generalizado  en 
óptica,  fotografía  y  otros  ramos  del  saber  humano. 

Enmonar — Emborrachar. 

Enmonarse — Emborracharse,  tener  una  mona  (bor- 
rachera) de  padre  y  muy  señor  mío. 

Esclavatura — El  conjunto  ó  colectividad  de  esclavos 
que,  en  América,  poseían  los  acaudalados.  En  la  defini- 
ción que  de  esclavitud  da  la  Academia  no  cabe  la  de 
esclavatura. 

ESCLAVÓCRATA— Defensor  ó  partidario  del  sistema 
de  esclavatura.  En  España  hay  una  sociedad  titulada 
Anti-esclavócrata  de  la  que  es  protector  nato  el  señor 
Cánovas,  académico  de  la  lengua. 

Escobillar— Entiendo  que  la  escobilla  sirve  para^-j- 
cohillar.  El  Diccionario  no  trae  el  verbo. 

Estero — Terreno  bajo,  pantanoso,  en  el  que  se  de- 
sarrollan plantas  acuáticas. 

Exculpar— Libertar  de  culpa,  verbo  generalizado 
en  la  jurisprudencia  americana.  En  la  causa  que  se  si- 
guió, en  Madrid,  al  regicida  presbítero  Merino,  encon- 
tramos  empleado  este  verbo  por  el  acusador  fiscal. 

Exculpación — Liberación  de  culpa. 

Exculpador,  a— Decimos  alegato  exculpador,  declara- 
ción exculpadora,  etc.,  etc. 

Equis — Víbora  que  se  encuentra  en  América,  y  cu- 
ya picadura  rara  vez  deja  de  ser  mortal. 


F 


Fachenda — Fatuidad,  prosopopeya. 

Fachendoso,  A~Fátuo,  vanidoso,  presuntuoso. 

Finanzas — La  hacienda  pública  en  lo  relativo  á  ren- 
tas.  Diga  lo  que  dijere  en  contrario  el  señor  Baralt, 
este  galicismo  se  ha  impuesto  en  América  y  hasta  en 
España.  No  se  le  podrá  echar  de  casa. 

Financista — El  que  la  Academia  define  hacendista. 
Ni  á  San  Ibo  lo  pudieron  echar  del  cielo  ni  á  este  gali- 
cismo  proscribirlo. 


o  *—  33  — 

Financiero,  a— Lo  relativo  á  la  Hacienda  pública. 
Hay  que  transijir  y  darle  lugarcito  en  la  familia. 

Frangollo— Mescolanza,  revoltijo,  comida  mal  gui- 
sada y  hecha  de  prisa.  Esta  acepción  americana  no  es- 
tá en  el  Léxico. 

Fregar— Entre  las  acepciones  de  este  verbo  falta  la 
americana,  de  íastiáiar,  amo/ar.  Decimos  jio  me  friegue 
usted  (ó  no  me  amuele  usted  la  paciencia,)  por  no  me  can- 
se, no  me  aburra,  no  me  ia'sXxá'xe— Friégúese,  es  otra  lo- 
cución popular  que  equivale  á  decir  fastidiese,  amué- 
lese. .    .   .       „  , 

Fregadura— Fastidio,  perjuicio— Hasta  hace^  poco 
fué  muy  popular,  en  el  Perú,  el  autor  de  un  opúsculo 
político  titulado— iíV  libro  de  las  fregaduras. 

Fregado,  a — Decimos  fulano  es  un  fregado,  p)or  el 
que  tiene  alguna  gracia  ó  habilidad  para  fastidiar  al 
prójimo.— £"í/«r  fregado  6  amolado  equivale  á  estar 
arruinado,  perdido. 

Fritanga— Lo  que,  en  España,  Waman  fritada. 

Formulismo— Sujeción  á  fórmulas. 

Formulista— El  que  se  ciñe  á  fórmulas.  Hasta  Ba- 
ralt  defiende  la  necesidad  del  vocablo. 

Fusionar — Unificar  intereses,  ideas  ó  partidos. 

FusiONlSTA — El  partidario  de  la  fusión. 

Fusionable— Lo  suceptible  de  fusión. 

G 

Galiquiento,  a— La  persona  atacada  de  gálico.  De 
uso  más  general  es  este  adjetivo  que  su  equivalente 
sifilítico,  como  que  el  vocablo  sífilis  es  menos  antiguo. 

Galpón— El  departamento  que,  en  las  haciendas  de 
América,  habitaban  los  esclavos. 

Gamonal— El  ricacho,  el  cacique  de  pueblo.  Esta 
acepción  americana  no  la  trae  el  Diccionario. 

Garúa— (Del  quechua)  Ligerísima  lluvia  peculiar  á 
algunos  pueblos  en  donde,  como  en  Lima,  nunca  hay 
aguacero  ni  se  conoce  el  uso  del  paraguas. 

Garuar— Lloviznar.  ^ 

Gauchaje— Agrupación  de  gauchos  en  las  republi- 
Qas  del  Plata,  como  indiada  en  el  Ecuador,  Perú,  Boli- 

6 


—  34  ^ 

vía,  etc.  Y  á  propósito:  la  definición  áe¿aucko,  que  trae 
el  Diccionario,  no  es  la  que  los  argentinos  dan  á  ese 
vocablo.  La  Academia,  en  cosas  de  América,  desbarra 
casi  siempre.  Ni  el  gaucho  es  hombre  de  color,  ni  pue- 
de llamarse  vida  errante  la  de  quien  tiene  por  hogar 
el  />ng-o. 

Gramalote  —  Yerba  que,  hasta  sin  necesidad  de 
cultivo,  crece  en  nuestros  campos,  y  que  sirve  de  pasto 
para  el  ganado. 

GüÁ! — (Del  quechua)  Interjección  del  que  teme  ó 
admira,  según  el  vocabulario  del  Padre  Bertonio.  Esta 
interjección,  dice  don  Pablo  Herrera,  se  usa  en  todo  el 
antiguo  virreinato  del  Perú,  y  es  propia  de  mujeres — 
No  hay  limeña  sin  gud,  reza,  un  refrán. 

Guagua — (Del  quechua)  El  niño  en  estado  de  lac- 
tancia. Las  mujeres  del  pueblo  nunca  dicen  mi  /ti/o, 
sino   mi  guagua. 

Guaragua — Contoneo,  movimiento  lascivo,  gracia  en 
el  andar,  sandunga,  rodeo  para  contar  algo  ó  practicar 
una  acción. 

GüARAGÜERO,  A— Sandunguero  ó  que  no  va  derecho 
al  asunto. 

GüRRUPiÉ— El  auxiliar  del  banquero  en  los  garitos — 
el  que  acompaña  al  rico  sirviéndole  en  comisiones  in- 
decorosas. 


H 


Hincarse — Decimos  por  arrodillarse;  y  la  Academia 
misma,  al  áeñnir  arrodillar,  dice — hacer  que  uno  hinque 
la  rodilla  ó  ambas  rodillas. 

HiSTORiETiSTA— Decimos,  en  América,  por  el  que 
relata  historietas  y  por  el  escritor  que  falsea  la  Historia. 

Honorabilidad —  Lo  honorable,  la  honradez. 

Hospitalizar — Inscribir  en  un  hospital  á  un  en- 
fermo. 

Hospitalizarse— Hacerse  inscribir. 

Hostigar — Hastiar,  empalagar,  perseguir,  fastidiar. 

HuACA  -(Del  quechua)  Cementerio  de  los  antiguos 
peruanos.  De  las  huacaí  se  extraen  hoy  objetos  curio» 


^  —  85  -« 

sos  de  la  cerámica  incásica.  En  muchas  crónicas  de  In- 
días  se  halla  la  voz. 

HüACATAY— (Del  quechua)  Especie  de  yerba  buena 
americana  que  se  emplea  en  el  condimento  de  algunos 
guisos. 

Huasca— (Del  quechua)  Fusta,  azote— ¡Dale  huasca! 
equivale  á  ¡dale  látigo! 

Huascazo— Golpe  de  huasca. 

HüMiTA— (Del  quechua)  Especie  de  tamal  ó  bollo 
dulce  hecho  de  xa^xz^Estar  como  una  humita,  dócil  á 
todo,  muy  enamorado  ó  muy  borracho. 

HuMiTERO,  A— La  persona  que  vende  humitas. 


Imbebible— Lo  que  no  puede  beberse. 

Incásico,  a— Lo  que,  en  general,  se  fiere  á  los  Incas 
— La  ciudad  incásica,  el  Cuzco. 

Incaico,  A— La  que  se  refiere  á  determinado  Inca— 
La  ciudad  incaica,  Cajamarca. 

Incomible— Lo  que  no  se  puede  comer.  En  defensa 
de  este  vocablo,  añade  don  Pablo  Herrera,  que  así  co- 
mo se  dice  incobrable,  impracticable,  etc.,  no  hay  porqué 
no  llamar  incomible  á  lo  desagradable  al  paladar. 

Indiada— Reunión,  colectividad  de  indios. 

Independizar— Desde  que  nos  ináepenáizamos  de  Es- 
paña tiene  vida  este  verbo  insurjente,  así  como  su  re- 
flexivo indepenáizarse,  sin  que  americano  alguno,  docto 
ó  indocto,  se  cuide  de  averiguar  si  está  ó  no  en  el  Dic- 
cionario. 

Intragable— Lo  que  se  resiste  á  ser  tragado.  El  in- 
signe cervantista  doctor  Thebussem  emplea  el  vocablo 
en  sus  deliciosas  Cartas  de  Paca  Pérez. 

Intransmisible — En  América  decimos  indistinta- 
mente instranferible  ó  intransmisible— Dg  tan  castiza  ce- 
pa es  un  vocablo  como  el  otro. 

Irrigar— Falta  este  verbo  en  el  Diccionario. 

Irrigación— El  sistema  de  regadío  en  los  campos. 

Irrigador — El  aparato  que  sirve  para  irrigar. 

Insoluto,  a— No  pagado.  El  adjetivo  está  en  la  co- 
dificación  de  muchas  repúblicas.  Lo  trae   Domínguez, 


—  36  — 


en  su  Diccionario,  y  Amunátegui  Reyes  añade  que  en 
todos  los  vocabularios  latinos  se  encuentra  tnsolutus, 
a,  ym. 

Invernar— El  Diccionario  no  trae  la  acepción  ame- 
ricana— Enviar  el  ganado  al  invernadero. 


Jaba— El  cesto  en  que  se  guarda  la  loza. 
Jalar— A  propósito  de  este  verbo,  usado  en  toda  la 
América,  en  vez  del  halar  que  trae  el  Diccionario,  dice 
Pebres  Cordero:— "No  hay  razón  para  que  al  vocablo 
"  haca  se  le  permita  convertir  la  htnj'y  decir  Jaca,  y 
"  se  desdeñe  la  \oz  Jalar  que  no  procede  ciertamente 
"  de  una  sola  provincia  ó  nación,  sino  de  todo  un  mun- 
**do:  es  un  continentalismo,  si  vale  la  palabra.  Haya, 
"  pues,  un  lugarcito  en  el  Diccionario  para yVí/ízr,  que 
"  bien  lo  merece,  por  que  abogan  en  su  favor  dieziseis 
"  naciones  "—El  último  argumento  dudo  que  pese  para 
los  señores  académicos.  Dieziseis  naciones  abogan  en 
favor  de  dictaminar  y  clausurar,  y  la  Academia  desesti- 
mó el  2,rgumen\.o— Estar  Jalado  se  dice,  caritativamen- 
te, por  estar  borracho. 

Jebe— En  toda  la  América  se  dá  este  nombre  á  la 
goma  elástica.  El  Diccionario  trae  la  voz,  pero  en  otra 
acepción. 

Jesuitismo— Este  vocablo  existió  en  el  Diccionario. 
¿Porqué  se  le  habrá  eliminado? 

Jipijapa— Esta  voz  viene  de  la  lengua  j;/«^íí,  y  signi- 
fica sombrero  fabricado  con  la  paja  conocida  por  bom- 
bonaje. 

Jora— (Del  quechua)  El  maíz  preparado  para  hacer 
chicha— El  Diccionario  trae,  en  tal  acepción,  la  pala- 
bra sora  tan  desconocida,  en  América,  como  el  cachas- 
pari de  que  ya  hemos  hablado. 

Julepe — Apuro,  prisa — Miedo,  susto. 
Justiciable— Aquello  en  que  la  justicia  debe  inter- 
venir para  absolver  ó  penar. 


-87- 


Largona— Dar  largona  es  demorar  la  resolución  de 
un  asunto.  No  decimos,  en  América,  dar  largas  á  un 
negocio. 

Librecambista— Partidario  del  libre  cambio. 

Linchar— Aplicar  á  un  delincuente  lo  que,  en  Amé- 
rica, se  conoce  por  ley  Lynch. 

Linchamiento— El  acto  de  linchar  al  criminal. 

Lipes— El  Diccionario  llama  piedra  lipis  al  sulfato  de 
cobre  del  que,  en  el  siglo  XVI,  se  descubrieron  abun- 
dantes  minas  en  el  Alto-Perú  (hoy  Bolivia),  en  la  pro- 
vincia  de  Lipes.  Según  el  padre  Alonso  Barba,  en  su 
importante  obra  sobre  Metalurgia,  se  llevaron  á  Espa- 
ña muestras,  dándose  á  la  piedra  el  nombre  de  lipes  (y 
no  lipis,  como  quiere  la  Academia,  ni  lipes,  como  escri- 
ben muchos  peninsulares)  en  memoria  de  la  provincia. 
En  América  decimos  y  escribimos,  con  sobra  de  fun- 
damento, piedra  lipes. 

Liso,  a — A  las  acepciones  del  Diccionario  añadimos 
la  de  fresco,  descocado,  atrevido.  La  Academia  admite 
la  de  desvergonzado,  pero  solo  como  término  de  Ger- 
manla — No  sea  usted  liso!  dicen  nuestras  paisanas  al 
galán  que  empieza  á  propasarse  ó  deslizarse. 

Lisura— Palabra  ó  acción  irrespetuosa.  La  Acade- 
mia dá  á  la  voz  lisura  las  acepciones  de  ingenuidad  y 
sinceridad— Decirle  á  un  prógimo  lisura  y  media  es 
hartarlo  á  desvergüenzas. 

Literatear — Ensayarse  en  escribir  para  el  público, 
ocuparse  en  literatura  sin  gran  competencia  para  ello. 

Logomaquia— Disputa  sobre  palabras  ó  ideas  de 
poca  importancia. 

Londonense — El  nacido  en  Londres  (London).  En 
buena  filología  no  se  le  puede  llamar  londronense  ni  lon- 
drinense. 

M 

Máchica — (Del  quechua)  La  harina  de  maíz  tostado 
que,  á  puñados,  comen  nuestros  indios,  mezclándola 


«•-*=  oo  ■"■ 

con  azúcar  y  canela.  También  se  hace  máchica  del  ma- 
ní ó  cacahuete  tostado. 

Majaderear— Porfiar  con  mucha  obstinación. 

Malón— Algarada,  ataque  sorpresivo  de  tribus  sal- 
vajes  sobre  poblaciones  civilizadas. 

Mamada— A  la  acepción  del  Diccionario  agregamos 
la  de  ganga  ó  ventaja  conseguida  á  poco  precio,  ó  con 
pequeño  trabajo.  Fernández  Cuesta  trae  este  neolo- 
gi?mo. 

Mamandurria— El  sueldo  que  se  disfruta  sin  mere- 
cerlo: el  provecho  que  se  obtiene  con  poco  ó  ningún 
esfuerzo» 

Mancarrón -Caballo  inservible.  También  llamamos 
mancarrón  á  una  empalizada  para  desviar  por  corto 
trecho  el  curso  de  un  riachuelo  ó  de  un  arroyo. 

Mangajo— Desgarbado,  desaseado,  hombre  sin  vo- 
luntad para  nada  y  del  que  se  hace  lo  que  se  quiere. 

Mantequillera -La  vasija  en  que  se  sirve  la  man 

tequilla. 

Maraca— Un  juego  popular  y  de  suerte. 

Maritatas— Trebejos,  objetos  de  poco  valor. 

Maromear— Vacilar  para  resolverse;  inclinarse,  se- 
gún los  sucesos,  á  uno  ú  otro  bando;  estar  á  la  de  viva 

quien  venza.  u       i  a 

Maromero— Más  que  al  que  baila  sobre  la  cuerda, 
llamamos  maromero  al  que,  en  política,  contemporiza 
con  todos  los  partidos.  j      t       a     ^ 

Masacote— Toda  masa  mal  preparada.  La  Acade- 
mia escribe  mazacote  ¿Porqué? 

Masacotudo,  a— Se  aplica  al  pan,  bizcocho,  guisa- 
do ó  pasta  en  que  la  masa  está  pegajosa  y  mal   prepa- 

MÁs ato- Fernández  Cuesta  trae  este  americanismo. 
El  masato  es  una  especie  de  mazamorra  que  de  pláta- 
nos ó  yucas  condimentan  nuestros  indios,  principal- 
mente los  salvajes.  , 

Mataperrear— Hacer  travesuras,   estar  de  juerga, 

hacer  novillos  los  escolares. 

Mataperros— Granuja.  La  voz  no  se  usa  en  smgu- 
\i\r— Por  un  perro  que  maté  me  llaman  el  mataperros,  re- 
frán que  en  España  hemos  también  oido,  y  con  el  que 


o  __  39  — 

se  expresa  que  basta  haber  cometido  una  íalta  para  que 
se  nos  atribuyan  otras  parecidas. 

Maturrango— Mal  ginete. 

Mucamo,  a — Tan  generalizada  se  halla  esta  voz,  ori- 
ginaria  del  Brasil,  en  las  repúblicas  del  Plata,  en  la 
acepción  de  criado  ó  sirviente  doméstico,  que  sería  im- 
posible excluirla  del  lenguaje. 

Medioeval — Muchos  académicos  han  usado  este  vo- 
cablo que  no  está  en  el  Diccionario. 

Mecha — Chanza,  bnrla,  broma,  chisme,  mortifica- 
ción—  Fernández  Cuesta  trae  la  voz — No  es  mala  mecha 
la  que  tengo  en  el  cuerpo  decimos  para  expresar  que  nos 
sentimos  mortificados  por  algún  chisme — Esa  es  mecha, 
equivale  á  decir  esa  es  filfa,  mentira,  cuchufleta, 
broma. 

Mechificar — Burlarse  del  prójimo,  fastidiarlo. 

Micrografía — Descripción  de  objetos  vistos  con  el 
microscopio. 

Minga— (Del  quechua)  Faena  voluntaria  de  pocas 
horas  que,  en  día  festivo,  hacen  los  peones  en  las  ha- 
ciendas, sin  más  recompensa  que  la  de  un  poco  de  chi- 
cha ó  de  aguardiente.  La  minga  es  siempre  pretesto 
para  jolgorio  en  el  campo, 

Montubio,  a — Persona  del  monte,  ordinaria,  grose- 
ra, sin  modales,  que  no  pierde  el  pelo  de  la  dehesa. 

Motinista — El  que  toma  participación  en  un  motín. 
La  Academia  admite  solo  amotinador,  nombre  que,  en 
mi  concepto,  corresponde  más  al  cabecilla  de  motín 
que  á  los  secuaces. 

Mozón,  a— Dícese  por  la  persona  que  tiene  gracia 
para  hacer  una  burla. 

Mozonada— Burla  graciosa. 

Muchitanga— La  muchedumbre  populachera. 

MultÍfedo — Animal  de  muchos  pies. 

Mutismo — En  la  acepción  de  mudes  no  solo  se  usa  en 
América  sino  en  España.  Pereda,  en  su  novela  Nubes 
de  estío^  ha  empleado  la  voz.  El  mutismo  no  es  cualidad 
de  los  mudos  sino  de  los  que  tenemos  la  lengua  espe- 
dita, 


40  — 


N 

Nacionalizar— La  Academia  no  acepta  este  verbo 
V  exiie  que  se  diga  naturalizar,  vocablo  en  el  que  no 
entra  la  idea  de  nación  sino  la  de  naturaleza— Nadie  dice 
ni  escribe,  por  el  acto  de  cambiar  una  nave  mercante 
de  bandera,  que  se  naturaliza  sino  que  se  nacionaliza. 

Nacionalización— No  está  en  el  Léxico,  por  mucho 
que  la  voz  se  lea  en  la  Constitución  de  vanas  repu- 
blicas. 

Neología— El  ramo  ó  parte  de  la  Gramática  gene- 
ral  que  trata  del  empleo  de  vocablos  y  giros  nuevos. 

Numismatografía— Ramo  de  la  numismática  relati- 
vo á  la  descripción  de  medallas  antiguas. 

Ñañigo— El  perteneciente  á  una  asociación  secreta 
que,  en  la  isla  de  Cuba,  han  formado  los  negros- 

Ñato,  a— Equivale  al  chato,  a,  de  España— La  Mata, 
en  América,  es  la  Muerte. 

Ñeque— Brío,  potencia,  coraje,  vigor,  tuerza,  rox^ws.- 
X.QZ—Tenermucho  ñeque  QS  stv  mwy  hombre,  muy  íuer- 
te,  muy  guapo. 

O 

Objetante— Admitida  por  la  Academia  la  voz  pre- 
guntante, no  hay  razón  para  excluir  objetante,  vocablo 
muy  usual  en  nuestras  Universidades. 

Obstruccionista— Llamamos  así  al  que,  en  los  cuer- 
pos  colegiados,  busca  siempre  inconvenientes  para  la 
realización  de  un  propósito.  W  sistema  de  poner  dih- 
cultades  lo  llamamos  obstruccionismo. 


o  —  41  — 

OcLOCRAClA — Gobierno  formado  por  la  ínfima  clase 
popular.  Y  aquí  nos  vienen  á  la  pluma  dos  vocablos, 
que  olvidamos  apuntar  en  la  letra  C,  y  que  son  muy 
usados  por  los  periodistas — Canallocracia  y  canalldcrota, 
que  expresan  lo  contrario  de  aristocracia  y  aristócrata. 

Omófago — El  que  se  alimenta  de  carne  cruda. 

Ocosial — (Del  quechua)  Terreno  húmedo  que  se 
deprime  y  en  el  que  hay  alguna  vegetación. 

Oportunismo— Partido  político  formado  por  los  ma- 
romeros, vividores,  equilibristas,  tejedores  y  cubile- 
teros. 

Oportunista — Llamamos  así  al  que  espera  el  triunfo 
de  una  causa  para  exhibirse  como  apóstol  de  ella,  y 
hasta  como  mártir,  aunque  ni  con  sus  oraciones  hubie- 
ra contribuido  al  resultado. 

Orfebre — Trayendo  el  Diccionario  orfebrería,  no 
hay  porqué  excluir  al  artífice. 

Orfelinat  )— Casa  de  huérfanos,  en  América.  Ape- 
sar  de  su  saborcito  francés,  la  palabra  satisface  una  exi- 
gencia del  lenguaje.  El  orfelinato  es  de  la  misma  fami- 
lia que  el  manicomio  y  el  panóptico,  consignados  en  el 
Diccionario. 

Orificar— Llenar  con  oro  la  picadura  de  una  muela 
ó  diente. 

Orificación — La  acción  de  orificar. 

Orificador — Pequeña  herramienta  que  sirve  para 
orificar. 

Orografía — Descripción  de  montañas. 


Paco — (Del  quechua)  La  enfermedad  á  que  la  cien- 
cia da  el  nombre  de  afta,  enfermedad  que,  general- 
mente, sufren  los  niños  en  lactancia — En  algunas  repú- 
blicas se  llama /««Tí?  al  gendarme — Paco-vicuña,  animal 
que  se  encuentra  en  las  regiones  más  frígidas  del  Perú 
y  de  Bolivia,  y  cuya  lana  es  muy  estimada  para  tejidos. 

Pajonal — Terreno  en  que  abunda  la  paja. 

Palangana— Pedante,  fanfarrón.  Estas  acepciones 
no  las  trae  el  Léxico. 

Palanganada— Pedantería,  fanfarronada. 

6 


—  42  — 

Palanganear— Alardear  de  saber  lo  que  se  ignora, 
ó  de  poseer  cualidades  de  que  se  carece, 

Panga— (Del  quechua)  La  hoja  amarilla  que  envuel- 
ve la  mazorca  de  maíz  y  que,  entre  otros  usos,  se  em- 
plea en  lugar  de  papel,  para  los  cigarrillos  llamados 
de  panca. 

Panofobia— Estado  del  ánimo  en  que  predominan  la 
melancolía  y  el  terror. 

Panegirizar — Verbo  de  frecuente  uso  en  nuestra  ora- 
toria sagrada.  Juan  de  Arona  no  lo  considera  como 
neologismo,  pues  el  padre  Isla  lo  empleó  en  el  capítulo 
IX  de  su  Fray  Gerundio.  Admitido  está  el  verbo  histo- 
riar, y  de  historiar  k  panegirizar  (hacer  el  elogio  ó  pa- 
negírico) no  hay  gran  trecho  de  camino.  Si  el  padre 
Isla  en  materia  de  lenguaje,  es  autoridad  reconocida 
y  recomendada  por  la  misma  Academia,  no  hay  moti- 
vo para  tildar  de  malos  hablistas  á  los  americanos  que, 
en  el  pulpito,  panegirizan. 

V K'^TOV.'ía'LLk.— Tener pantorrilla  es  fincar  presunción 
en  algo,  y  conquistarse  fama  de  candido — Acariciar  la 
pantorrilla  de  fulano,  es  halagar  su  vanidad — Tener  muy 
gorda  la  pantorrilla,  es  ser  tonto  de  capirote. 

Pantorrilludo,  a — Presumido,  candido.  Tanto  es- 
te vocablo  como  el  anterior  no  tienen,  en  el  Dicciona- 
rio, la  acepción  que,  en  América,  les  damos. 

Pampero— Huracán  de  las  pampas.  El  Diccionario 
W^iXXiTi  pampero  solo  al  habitante  de  las  pampas.  El  poe- 
ta Zorrilla  ha  usado  la  voz  en  la  acepción  que  aquí  le 
damos,  y  que  es  la  generalizada. 

Paporreta — Hablar  de  'paporreta  es  locución  que 
aplicamos  á  los  que  hablan  de  corrido,  con  la  elocuen- 
cia del  chorro  de  agua,  y  con  poca  ó  ninguna  concien- 
cia  de  lo  que  dicen. 

Patriotería —Exajeración  ridicula  de  amor  á  la 
patria. 

Patrioterismo— Lo  mismo  q\iQ patriotería. 

Patriotero,  a — Decimos  artículo  patriotero,  mani- 
(estación  patriotera,  y  hasta  fulano  es  un  patriota  muy  pa- 
triotero. Excusamos  la  definición. 

Patuleco,  Ar-La  Academia  trae  patojo,  voz  que  no 
usamos  en  América. 

Paquete— A  las  acepciones  de  U  Academia  añadí- 


o  —  48  — 

mos-4a  de  Ihmsir  pa^ueU  al  que  viste  con  lujo  un  tanto 
cursi — Ponerse  paquete,  es  vestir  la  ropa  dominguera. 

Paradojal — Lo  altamente  paradógico. 

Pavimentar — Hacer  el  pavimento  de  un  edificio,  ca^ 
He,  etc. 

Pavimentación — Lo  mismo  que  pavimento  en  acep. 
ción  más  lata. 

Pedímano— Cuadrúpedo  que,  en  los  pies  de  atrás, 
tiene  el  pulgar  separado,  lo  que  le  permite  servirse  de 
aquellos  como  si  fueran  manos. 

Pechuga — Exceso  de  confianza.  Esta  acepción  falta 
en  el  Léxico.  Decir  ¡qué pechuga!  equivale  á  ¡qué  lla- 
neza! qué  confianza! 

Pechugón,  a — Persona  confianzuda,  de  poca  deli- 
cadeza. 

Pepa— El  hueso  de  algunas  frutas  como  la  palta,  el 
mango,  el  melocotón,  etc.  La  Academia  trae  solo 
pepita. 

Pericote— Ratón  americano  más  pequeño  que  la  rata. 

Personalidad— Cuando  decimos,  escribe  Amunáte- 
gui  Reyes,  que  fulano  es  una  personalidad  queremos 
significar  que  es  sujeto  de  prestigio  é  influencia.  La 
Academia  no  trae  esta  acepción  admitida  por  D.  Víc- 
tor Balaguer,  en  su  libro  Añoranzas. 

Personería— En  los  tribunales  americanos  no  hay 
personalidad  ]\\r\á\C2i  sino  personería.  El  Diccionario  no 
trae  esta  acepción. 

Petrolero,  a — Este  vocablo  nació  con  los  excesos 
de  la  Comuna,  en  Francia,  y  nadie  rehuye  pronunciar- 
lo ó  escribirlo,  pues  la  voz  Í7icendiario  no  tiene  por 
completo  la  significación  á^ petrolero. 

Picaflor— Especie  de  colibrí  ó  pajarito  originario 
de  América.  En  todas  las  repúblicas  se  le  conoce  con 
este  nombre. 

PlCASENA— Enojo,  disgusto,  desazón,  retraimiento. 

Pirca.— (Del  quechua)  Pared  hecha  sin  argamasa. 
Este  americanismo  lo  trae  Salva. 

Pisco — La  tinajuela  de  barro  en  que  el  productor 
vende  el  aguardiente. 

Piscóla  VIS— ^¿-//¿zr  un  piscolabis  es  beberse  una  copa 
de  aguardiente  de  Pisco,  provincia  del  Perú  que  pro- 
duce un  delicioso  aguardiente  de  uva. 

Pitar — Fumar  pitillos  ó  cigarrillos. 


MWM      44      *** 

Pk^ue— En  pocas  repúblicas  se  llama  nigua  al  pique. 

Piquín— El  novio,  el  galancete  de  una  joven. 

Planazo— En  el  sentido  de  cintarazo,  voz  no  usada 
en  América.  '^ 

Planchado,  a — Estar  planchado  es  no  tener  ni  un 
centavo  en  el  bolsillo.  Falta  en  el  Diccionario  esta  lo- 
cución americana. 

Pl\tudo,  a — El  rico  de  pueblo. 

Plebiscitario,  a — Lo  que  se  refiere  al  plebiscito.  En 
las  democracias  no  se  puede  hablar  ni  escribir  prescin- 
diendo de  este  adjetivo.  A  cada  paso  tropezamos  con 
las  actas  plebiscitarias  ó  el  mandato  plebiscitario. 

Preciosura — Distinguimos  entre  preciosura  y  precio- 
sidad, que  es  la  palabra  del  Léxico.  Una  madre,  en 
América,  nunca  llama  á  su  hijo  preciosidad  sino  precio- 
sura. Solo  tratándose  de  objetos  que  tienen  precio  me- 
tálico decimos  preciosidad. 

Prestigioso,  a— La  Academia  solo  acepta  este  ad- 
jetivo en  la  acepción  de  prestigiador  ó  jugador  de  cubi- 
letes, y  no  en  la  de  persona  influyente,  notable,  distin- 
guida que  goza  de  gran  prestigio — Gobernante  presti- 
gioso, caudillo  prestigioso  y  autoridad  prestigiosa,  son 
locuciones  de  consumo  diario  en  América.  Y  á  propó- 
sito ¿Por  qué  no  se  habrá  dado  lugarcito  en  el  Diccio- 
nario al  sustantivo  desprestigio  ni  al  verbo  desprestigiar, 
voces  muy  castizas  y  de  constante  empleo? 

Presupuestar — Formar  presupuesto.  Desde  ha  me- 
dio siglo  está  la  Academia  haciendo  de  este  verbo  cues- 
tión batallona,  y  el  tal  verbo  erre  que  erre  obstinado 
en  vivir.  Lo  que  es,  en  América,  tiene  ya  carta  de 
ciudadanía  expedida  por  los  indoctos  y  refrendada  por 
los  doclos.  El  verbo preiuponer,  en  América,  lo  usamos 
solo  en  la  acepción  de  dar  por  cierta,  notoria  y  constan- 
te una  cosa  para  pasar  á  tratar  de  otra;  pero  no  encarna 
ni  despierta  en  el  espíritu  la  idea  de  numeración  ó  de 
cifras,  como  quiere  la  Academia,  la  que  estima  el  vo- 
c^h\o  presuposición  como  sinóiñmo  de  presupuesto.  Gra- 
cioso sería  que  un  ministro  purista,  apoyándose  en  la 
autoridad  de  la  Academia,  nos  saliera  con  Presuposición 
de  gastos  del  Ministerio  de  Guerra,  pongo  por  caso. 

Tendencia  natural  de  todo  idioma  es  la  de  enriquecer 
SU  vocabulario.  El  léxico  inglés,  por  ejemplo,  en  el  pri- 


^  —  45  -^ 

mer  cuarto  de  nuestro  siglo,  era  muy  poquita  cosa,  y  hoy 
es  verdaderamente  numeroso  en  vocablos  y  acepciones. 
Pero  la  Real  Academia,  por  mucho  limpiar  y  mucho 
Jijar,  está  haciendo  del  habla  castellana  una  lengua  po- 
bre, casi  litúrgica.  No  creo  que  la  intransigencia  siste- 
mática dé  esplendor  al  idionla.  Con  sobra  de  razón  dijo 
uno  de  mis  compañeros  en  la  Correspondiente  de  Linia, 
hojeando  un  ejemplar  de  la  duodécima  edición  del  Dic- 
cionario, que  el  léxico  español  se  parece  á  las  camisas 
de  algodón.  Mientras  más  se  lavan,  más  se  encojen. 

Policiaco — El  ájente  subalterno  de  la  policía.  La 
voz  es  despreciativa. 

Politiquear — Manía  de  hablar  de  política  entre  los 
de  escaleras  abajo. 

Politiquería — Y  e2LSt  politiquear. 

Politiquero,  a — Persona  i\ue  politiquea. 

Polipétalo — Flor  que  tiene  muchos  pétalos. 

Potrero — Terreno  cercado  y  sembrado,  regularmen- 
te de  poca  extensión. 

Privador,  a — Persona  que,  con  facilidad,  cambia  de 
predilección  en  sus  amigos. 

Pucho — (Del  quechua)  Lo  que,  en  España,  se  llama 
colilla  ó  punta  de  cigarro.  En  América  nadie  arroja  la 
co\\\\2l  sino  é[  pucho— No  vale  un  pucho,  locución  despre- 
ciativa tan  generalizada  como  esta  otra — me  importa  un 
pucho. 

Puchuela — Cosa  de  poca  importancia,  obsequio  de 
pequeño  valor. 

Puna — (Del  quechua)  Dase  este  nombre  á  las  alti- 
planicies más  frígidas  de  los  Andes. 

Puquio-— (Del  quechua)  Fuente  natural  de  agua  muy 
cristalina,  y  que  llega  á  formar  un  estanque  ó  pozo  poco 
profundo. 

a 

Quena— (Del  quechua)  Especie  de  flauta  con  que  los 
indios  del  Perú,  Boliviay  Ecuador  se  acompañan  para 
cantar  un  yaraví. 

Quinchar — (Del  quechua)  Levantar  paredes  de  quin- 
cha. El  Diccionario  trae  este  sustantivo,  pero  no  con- 
signa el  verbo. 


^  46  —  ' 

QüiNUA— (Del  quechua)  Simiente  lenticular  con  la 
que  se  hace  un  guiso  muy  sano  y  alimenticio. 

Quipe— (Del  quechua)  Lío  ó  atado  que  cargan  las 
indias  á  las  espaldas,  en  el  que  llevan  ropa,  comestibles 
y,  á  veces,  hasta  al  hijo  en  lactancia. 

QuiPUCAMAYO— (Del  quechua)  El  descifrador  de  qui- 
pus ó  quipos,  como  dice  el  Diccionario.  El  vocablo  lo 
traen  Garcilaso  y  otros  historiadores. 

QuiRQUiNCHO~(Del  quechua)  Animalito  de  la  espe- 
cie del  armadillo,  muy  abundante  en  Bolivia,  que  tiene 
un  carapacho  como  la  tortuga,  caparazón  que  los  in- 
dios utilizan  para  el  charango,  instrumento  parecido  á  la 
bandurria.— Hombre  de  mal  genio— Cigarrillo  que  se 
elabora  con  tabaco  del  Beni. 

R 

Rabona -La  mujer  que,  en  muchas  de  nuestras  re- 
públicas, acompaña  al  soldado  en  sus  marchas  y  hasta 
en  el  campo  de  bataWsi— Hacer  la  rabona,  hacer  novillos 
un  escolar. 

Rabudo,  a— Lo  que  tiene  gran  rabo— Los  mojigatos 
llaman  rabudos  á  los  pecados  mortales— j5/  Rabudo,  el 
Diablo— 5(7  cabello  rubio  buen  piojo  rabudo,  se  lee  en  un^ 
antiguo  refranero  español.  No  me  parece  neologismo 
nuestro,  sino  palabra  que  nos  trajeron  los  conquistado- 
res y  que  hemos  conservado. 

Realización— Falta  el  vocablo  en  el  léxico. 

Refractario,  a  —  Rebelde,  negativo,  resistente. 
¿Porqué  no  ha  da  agregarse  esta  acepción,  tan  genera- 
lizada, á  las  que  el  Diccionario  trae?  El  uso,  mal  que 
pese  á  Baralt,  ha  impuesto  la  que  aquí  apuntamos. 

Refranero — Libro  en  que  se  han  coleccionado  los 
refranes— La  voz,  aunque,  usada  por  escritores  muy 
cultos,  no  se  halla  en  el  Diccionario. 

Remoler— Estar  de  jarana. 

Remolienda— Parranda,  jarana. 

Republicanear — Alardear  de  republicano. 

Republicanismo— Tener  palabras  y  acciones  de  re- 
publicano, tratar  á  los  demás  de  igual  á  igual. 

Retobar — Forrar  en  cuero  un  objeto. 

Retobo — La  acción  de  retobar. 


-  47  - 

Resondrar — Dirijir  á  una  persona  palabras  injurio- 
sas. Las  mujeres  son  las  que  más  conjugan  el  verbo. 

Revancha — En  la  acepción  de  desquite  se  ha  usado, 
en  España,  por  buenos  hablistas  como  Ventura  de  la 
Vega,  Mora  y  Ochoa.  Es  galicismo  tan  generalizado 
que  ya  no  admite  rechazo,  tanto  más  cuanto  que,  en  es- 
pañol, no  tiene  verdadero  equivalente. 

Rifle — Fusil  moderno,  aunque  la  palabra  no  lo  sea 
mucho,  pues  estuvo  en  boga,  en  Colombia,  Bolivia  y  el 
Perú,  durante  la  guerra  de  independencia.  En  la  bata- 
lla de  Ayacucho,  el  batallón  Rifles  combatió  Con  gran 
bizarría. 

Riflero — Soldado  que  maneja  el  rifle.  No  hay  im- 
propiedad en  la  voz  desde  que  la  Academia  llama  fusi- 
lero al  que  maneja  el  fusil. 

RocAMBOR — En  casi  toda  la  América  se  conoce  con 
este  nombre  el  juego  de  tresillo. 

RocAMBOREAR— Jugar  tresillo. 

RocAMBORiSTA— Jugador  de  tresillo. 


8 


Sableador — Así  llamamos,  en  América,  al  militar 
que  no  tiene  otro  mérito  que  el  de  ser  bravucón  ó  co- 
medor de  carne  cruda.  En  España  oí  que  los  llamaban 
espadones,  y,  por  cierto,  no  en  el  sentido  de  eunucos,  que 
es  el  que  el  Diccionario  da  al  vocablo  espadcfn— También, 
como  allá,  llamamos  sableador  al  petardista. 

Sablear— Dar  sablazos  y  petardear. 

Salvajismo— El  señor  Batres  Jáuregui  defiende  la  pa- 
labra salvajez,  que  nadie  usa  en  América,  por  mucho 
que  la  traiga  el  Diccionario.  Entre  nosotros  no  se  dice, 
por  ejemplo,  actos  de  salvajez  sino  actos  de  salvajismo. 

Sanguaraña— Un  baile  popular — Dejarse  de  sangua- 
rañas es  dejarse  de  rodeos  é  ir  al  grano. 

Sangüarañero,  a— Persona  que  baila  sanguaraña,  la 
que  anda  con  remilgos  para  referir  algo. 

Secreteo— Hablar  bajo  y  al  oído  de  otra  persona. 

Secretearse— El  secreteo  mutuo. 


—  48  —  t 

Signatario,  a — La  persona  que  firma  un  documento. 
La  voz  es  muy  usada  por  los  diplomáticos. 

Sindicato — Corporación  elejida  de  entre  los  accio- 
nistas de  una  empresa.  Hay  diferencia,  y  mucha,  entre 
sindicato  y  gerencia,  que  es  la  voz  que  el  Diccionario 
trae.  En  el  Congreso  Literario  de  Madrid,  á  propósito 
del  comercio  de  libros,  dos  ó  tres  de  los  oradores  ha- 
blaron sobre  la  conveniencia  de  establecer  un  sindicato^ 
de  libreros  y  editores;  y  en  el  Congreso  Mercantil  oí 
también  la  palabra  á  don  Segismundo  Moret,  gran  ora- 
dor y  académico  de  la  Española. 

Sinvergüenza— El  que  carece  de  dignidad  ó  de  ver- 
güenza. El  doctor  Thebussem  diserta  muy  atinadamen- 
te sobre  la  necesidad  de  admitir  el  vocablo. 

Sinvergüencería.— Falta  de  decoro  ó  de  vergüenza. 

Solucionar — Empleamos  este  verbo,  que  la  Acade- 
mia  no  admite,  en  el  sentido  de  poner  término  ó  resol- 
ver una  cuestión,  un  problema,  un  conflicto,  un  litigio. 
El  uso  ha  hecho  que,  en  América,  demos  idéntico  sig- 
nificado á  los  verbos  solucionar  y  resolver,  y  á  los  sus- 
tantivos solución  y  resolución. 

Soroche— (Del  quechua)  Dolencia,  á  veces  mortal, 
que  acomete  á  los  viajeros  en  la  cordillera  andina. 

Subvencionar — A  cada  paso  se  lee  la  frase  subven- 
cionar la  prensa,  esto  es,  favorecer  á  un  periódico  con 
una  subvención  oficial  ó  de  alguna  empresa.  Nada  de 
forzado  tiene  el  verbo. 

Sucucho— Chiribitil,  habitación  pequeña,  incómoda 
y  sucia. 

Suertero,  a En  el  Perú  y  otras  repúblicas  no  se 

venden  billetes  de  lotería  sino  de  suertes,  y  al  vendedor 
ó  vendedora  de  ellos  se  le  llama  suertero  b  suertera.  Por 
mucho  que,  en  rigor  gramatical,  debiera  llamársele 
sortero,  el  gremio  de  suerteros  protestaría,  y  con  derecho, 
pues  há  más  de  un  siglo  que,  en  el  Perú,  se  halla  en  po- 
sesión pacifica  y  nunca  discutida  del  vocablo.  El  virrey 
Gil  y  Lemus,  en  una  pragmática  ó  reglamento  que  pro- 
mulgó en  1792,  los  llamó  también  íw^r/í-rí^j.  En  cuanto 
á  la  voz  sortero,  bien  se  está  con  sus  acepciones  de  ago- 
rero y  adivino  que  el  Diccionario  le  acuerda. 

Superviviente— La  voz  jurídica,  en  América,  no  es 


—  49  — 

sobreviviente  como  exije  la  Academia,  apesar  de  admi- 
tir el  vocablo  supervivencia. 

SucEPTiBLE— Delicado,  quisquilloso,  fácil  en  darse 
por  ofendido.  La  Academia  no  trae  esta  acepción. 

SUCEPTIBILIDAD— Disposición  del  ánimo  para  ofen- 
derse por  nimiedades.  Él  vocablo  es  muy  usado,  pero 
no  se  halla  en  el  Diccionario.  Algunos  escriben  suscep- 
tibilidad y  susceptible. 


T 


Tambarria— Jarana,  parranda  escandalosa  que  tiene 
la  gente  más  ruin  del  populacho. 

Tatuar— En  Oceanía  y  en  algunas  tribus  salvajes  de 
América  acostumbran  los  indios  pintarse,  con  colores 
imborrables,  el  rostro,  brazos  ó  pecho,  dibujando  ani- 
males, jeroglíficos  y  otros  emblemas. 

Tatuaje— La  acción  de  tatuarse.  El  tatuaje  es  hoy 
frecuente  entre  marineros. 

Tradicionista — El  que  relata  ó  escribe  tradiciones 
populares,  cosa  muy  distinta  del  tradicionalista  que  la 
Academia  define.  Y  no  me  digan  que  abogo  en  causa 
propia  al  apuntar  el  vocablo.  A.  nadie,  que  yo  sepa,  se 
le  ha  ocurrido  hasta  ahora  decir  ó  escribir  el  tradicio- 
nalista Ricardo  Palma. 

Tejedor— Falta  en  el  Diccionario  la  acepción  que, 
en  1540,  dio  á  este  vocablo  el  Demonio  de  los  Andes. 
Véanse  maromero,  cubiletero,  oportunista  y  vividor. 

Tembladera— Damos,  en  América,  este  nombre  á  lo 
que  el  Diccionario  llama  tremedal. 

Tetelememe — Tonto— Hacerse  el  tetelememe,  simular 
tontería. 

TlMBiRiMBEAR— Jugar  en  las  casas  de  juego  mal  afa- 
madas. . 

TiMBiRiMBERO— El  que  concurre  á  las  timbas  ó  tim- 

birimbas. 

Tocuyo— Tela  burda  de  algodón  que,  por  lo  barata, 
tiene  gran  consumo, 


-  50  - 

Tolderías— Llamamos  tolderías  (siempre  en  plural) 
á  los  ranchos  ó  tiendas  que  los  salvajes  levantan  en  sus 
escursiones  por  las  pampas. 

Tutuma— La  cabeza — Ser  duro  de  tutuma,  ser  torpe, 
sin  entendederas. 


U 


Ulpo — Especie  de  mazamorra  hecha  de  trigo  ó  de 
maíz,  con  la  que  se  alimentan  los  indios  en  muchos  pue- 
blos de  América. 

Usual — Entre  otras  acepciones  de  esta  voz,  trae  el 
Diccionario  la  de  — aplícase  al  sujeto  sociable  y  de  buen 
genio —  Perdone  la  Academia;  pero  nunca  hemos  oído 
decir: — don  fulano  es  un  caballero  muy  usual. 


Viaticar— Administrar  el  viático.  Este  verbo,  de 
uso  frecuente,  en  la  prensa  de  Madrid,  en  la  que  diaria- 
mente se  lee — "  ha  sido  ayer  confesado  y  viaticado  don 
fulano  de  tal  " —  principia  á  aclimatarse  en  América. 
No  lo  patrocinamos,  como  no  patrocinamos  los  verbos 
obstaculizar,  silenciar  (callar,)  ni  sesionar  (celebrar  sesión,) 
neologismos  que  empiezan  á  generalizarse  sobre  todo 
en  el  periodismo. 

Vigencia — Las  leyes  en  vigencia  es  locución  de  uso 
diario. 

Viva  !  —Exclamación  de  aplauso.  El  vocablo  vitor  ha 
pasado  al  panteón  de  los  arcaísmos. 

Vivar — En  la  época  colonial  siempre  que  se  trataba 
de  elección  de  abadesa  ó  de  prior  de  convento,  de  co- 
lación de  grado  universitario,  de  algo,  en  fin,  que  sig- 
niOqase  lucha  y  la  consiguiente  victoria,  los  americanos 


-  61  - 

victoriabamos  ó  vitoreábamos  al  vencedor,  Con  la  inde. 
pendencia  murieron  los  vitores,  pues  ya  ni  entre  monjas 
se  oye  la  palabra.  Hoy  se  viva  a  todos  y  por  todo:  an. 
tes  del  triunfo,  en  el  triunfo  y  después  del  triunfo.  Los 
vítores  eran  hijos  del  éxito.  ¿Hay  fiogaño  un  bochinche 
popular?  Lo  primero  que  pregunta  el  curioso  es  ¿á 
quién  vivan?  Y  después  los  vivas  se  encargan  de  decirnos 
por  quién  quedó  el  campo.  El  verbo  vivar  es  republicano 
por  excelencia,  y  en  América  vivimos  conjugándolo 
siempre-  Y  no  me  digan  que  es  desusado  en  España, 
pues  lo  he  oído  nada  menos  que  de  boea  del  ilustre 
académico  don  Gaspar  Nuñez  de  Aree  quien,  al  clausu- 
rar el  Congreso  Literario,  terminó  su  discurso  con  es- 
tas palabras  — ¡Viva  España!  Vivan  las  repúblicas  hispa- 
no-americanas! 

Vividor — Dícese  por  la  persona  amoldable  á  todo,  y 
que  así  está  bien  con  San  Miguel  como  con  el  diablo. 

VoLUPTUOTiSMO — No  es  lo  mismo  que  voluptuosidad, 
Castelar,  en  su  Nerón,  hace  resaltar  la  diferencia. 


Yacimiento — Criadero  de  algunas  sustancias.  Así 
^tQXTíiOS, yacimientos  de  salitre  etc. 

Yaraví — (Del  quechua)  Canción  amorosa  y  melan- 
cólica de  nuestros  indios.  La  voz  la  usaron  muchos 
historiadores. 

Yapa — (Del  quechua)  Lo  que  el  Diccionario  llama 
adeliala,  vocablo  desconocido  en  América. 

Yapar— Dar  la  j¿í/íz. 

Yanacona — (Del  quechua)  El  individuo  á  quien  el 
propietario  de  un  fundo  rústico  arrienda,  para  que  lo 
cultive,  un  lote  de  terreno. 

Yanaconizar — Dividir  un  fundo  en  lotes  y  distri- 
buir éstos  txiXj o.  yanaconas. 

Yeguarizo — Decir  que  fulano  tiene  un  yeguarizo 
equivale  á  decir  que  tiene  gran  cantidad  de  yeguas 
para  mejoramiento  del  ganado  caballar.  Esta  es  la  única 
acepción  que,  en  América,  damos  al  vocablo.  La  que  le 
da  el  Diccionario  no  la  usamos, 


—  52  — 


Zacuara— La  espiga  de  la  caña  brava.  Según  Juan 
de  Arona,  la  voz  procede  del  guaraní  tacuari,  y  alega 
razones  para  preferir  que  se  escriba  zacuara,  y  no  ta- 
cuara ni  sacuara. 

Zafacoca— Pendencia,  desorden,  revoltijo. 

Zaine— Obsequio  de  frutas,  pastas,  dulces,  pañuelos, 
objetos  de  briscado  y  otros  de  poco  precio  que,  en  aza- 
fate cubierto  por  un  paño,  acostumbraban  hacer  las 
monjas  á  sus  confesores,  y  las  personas  de  la  clase  me- 
dia á  sus  amigos  ó  parientes,  en  el  día  de  cumpleaños. 

Zamacueca— Baile  popular  del  Perú  y  Chile. 

Zamacuequero,  a— Persona  diestra  en  ese  baile. 

Zapallo— (Del  quechua)  Calabaza  americana  cuya 
pulpa  es  amarilla— 5m¿r¿j:r  zapallo,  dicese  por  el  que 
tropieza  y  cae. 


NOTA— Ño  pretendo  haber  atinado  siempre  eti  la 
definición  de  vocablos,  y  creo  que  no  serán  pocos  los 
que  reclamen  modificación  ó  ampliación.  Omnía  sut> 
correctione  etc. 


APÉNDICE 


Mi  querido  colega:  He  leído  y  estudiado  la  colec- 
ción de  papeletas,  que  hoy  le  devuelvo.  Tal  vez  no  lle- 
guen á  media  docena  los  vocablos  cuya  admisión  no 
estimo  necesaria.  En  cambio,  y  por  si  usted  quisiere 
utilizarla,  le  acompaño  una  relación  de  palabras  de  I  re- 
cuente uso,  y  que,  apesar  de  ser  castellanas,  no  están  en 
el  Diccionario. 

Muy  cordialmente  suyo. 

J.  A.  DE  Lavalle, 
Lima,  Julio  i8  de  1892. 


Autoritativo,  a. 

Bicicleta. 

Ciclismo. 

Ciclista. 

Comprovinciano,  a. 

Centralista. 

Comité. 

Convencionalismo, 

Copartidario,  a. 

Educacionista. 

Eleccionario,  a. 

Espécimen. 

Equilibrista. 

Federalista. 

Humorismo. 

Humorista. 

Humorístico,  a. 

iniciador,  a. 


Iniciativa. 

Intransigible. 

Locatario,  a. 

Mercantilismo. 

Miríada. 

Notabilidad. 

Obscurantismo, 

Obscurantista. 

Parlamentarism 

Positivista. 

Propagandista. 

Reaparecer. 

Recipiendario. 

Reformista, 

Reprobable. 

Rudimentario,  í 
Unitarisla. 

Velocipedista. 


PC     Palma,  Ricardo 

4822      Neologismos  y  americanismos 

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